Marc Graciano, la criada en su oreja – Libération

Marc Graciano, la criada en su oreja – Libération
Marc Graciano, la criada en su oreja – Libération
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Después johanna (Le Tripode, 2021), habíamos dejado atrás su infancia y nos habíamos convertido en guerreros, a una noche de llegar a Chinon y encontrar al Delfín en el “luz de Navidad” un día del año 1429. ¿Qué pasaría después? La Historia lo sabe, pero Marc Graciano no escribe historia o no como se enseña en los libros de texto; escribe novelas (unas diez desde Libertad en las montañas en Corti en 2013) y, a veces, poemas en su propio idioma, un lenguaje compuesto en su mayor parte por frases complicadas y palabras antiguas o inusuales, a contrapelo, fuera de temporada y sin igual. Sus regresos como orfebre son siempre una alegría, un encuentro, porque nos parece asistir con él –un sentimiento en definitiva bastante raro– a la construcción en tiempo real de una obra (término que a él no le gusta mucho). La tumba constituye su piedra más reciente y convierte a Juana de Arco en una figura recurrente sin que sea una secuela, al menos no como la buena lógica hubiera querido (levantamiento del sitio de Orleans, coronación de Carlos VII en Reims, proceso, etc.). En lugar de seguir obedientemente el icono, Graciano vuelve a colocar la obra en el telar, da un paso atrás, se mueve, se da vuelta y observa su objeto desde lejos, subrepticiamente, para revelar nuevos contornos. Esto se evidencia en la instancia narrativa: donde johanna mostró cosas a través de un joven escudero, la tumba opta por el look de un “viejo ermitaño”, “el que quizás mejor conoció a Johanne”, su confesor.

Circulan numerosas aves (alondras, mirlos, zorzales, etc.)

Jeanne murió en la hoguera hace años y su recuerdo persigue a nuestro hombre solitario en las alturas de Domrémy. Como mucho johanna era un libro juvenil (uno de los aspectos que más interesa a Graciano, la dimensión rimbaldiana del personaje), tanto la tumba se pone del lado de la memoria. “Recuerdo la imagen de la primera vez que lo vi”… son sus primeras palabras y cada capítulo toma forma en una larga frase llena de incisos y adverbios. Esta vez la novela trata menos de progresión que de principio a fin, incluso si es ascendente a su manera: de un mártir a otro, el ermitaño, “necesitado de Dios”, a su vez llevará su cruz. La tumba No es, sin embargo, un texto oscuro: por allí circulan numerosos pájaros (alondras, mirlos, zorzales, etc.), empezando por la curruca de cabeza negra de la portada, obra de Georges Peignard. Con Graciano hay que volver a la raíz de las palabras y a sus diferentes significados: en pintura, una “tumba” representa el entierro de Cristo, pero puede ser, en poesía y música, una composición en honor de un artista. Quizás así entendamos más bien el título, en homenaje y contemplación, como una pieza “inspirada en” en la que de paso podemos encontrar el autorretrato, unos meses después de la “Haikus de Berrichons” de Noirlac (llamado así por la aldea donde se instaló el escritor, frente a una abadía cisterciense). Decía: “Pronto no seré más que un anciano pescando a orillas del Cher”. ¿Quién es el ermitaño de Tumba ? Esta persona anónima que, algunos “mañanas de otoño”, cuando los arrendajos cantan, ella cree escuchar una señal de Johanne, “lo cual, cada vez, me da ganas de llorar tiernamente”.

Marc Graciano, la tumba, El trípode, 144 págs., 20 euros.

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