Julie Bénégui deja su huella en la sala de viajeros frecuentes de la Gare de Lyon, en París. Su mochila de tránsito turquesa al hombro – “Cogí uno más pequeño, para obligarme a no ocupar toda mi casa cada vez”bromea la joven de 35 años: considera esta sala de espera parisina y la de la estación Saint-Charles, en Marsella, como su “tercera oficina” desde que cambió su vida. Pero no hay trabajo: Julie sigue siendo responsable de las sociedades de un proveedor de electricidad y disfruta de su trabajo, aunque desde hace ocho meses ya no vive en París, donde se encuentra la sede de su empresa.
Atraída por Marsella, cerca del mar y de algunos de sus amigos, aprovechó una oportunidad que le ofrecía su empresa para trabajar parte del mes a distancia. Sólo va a la oficina una vez cada quince días, durante dos o tres días. El resto del tiempo teletrabajando, Julie Bénégui disfruta con su pareja de un piso de 72 metros cuadrados que no tendrían “No podía permitírmelo en París”como la atmósfera de una ciudad donde “la gente camina despacio por la calle” y donde, a finales de octubre, continúa el verano.
Con esta medida, renuncia al 5% de su salario, pero le reembolsan el viaje y el alojamiento en París (en hotel o subarrendamiento), a razón de 400 euros al mes. Sobre todo, a diferencia de un “metro, trabajo, sueño” que se repite cada día, estas pausas en su vida diaria le aportan su dosis de entusiasmo. “Cuando subo al andén, no veo la hora de ver a mis compañeros: ¡no debería ser malo para el empresario ver llegar a un empleado con una sonrisa! »dice Julio.
Nueva relación con el tiempo
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