FIGAROVOX/TRIBUNA – Fue en un estallido de confianza en la política que los estadounidenses eligieron a alguien que, paradójicamente, debilitó la democracia estadounidense, analiza la historiadora de la ciencia Liv Grjebine.
Liv Grjebine, profesora asociada de historia, enseña historia de la ciencia en Harvard, donde estudia la relación entre ciencia y sociedad. Su tesis, defendida en 2018 en la Universidad París-I Panthéon-Sorbonne, se tituló “El darwinismo en debate en la sociedad francesa (1859-1900): el papel del debate público en la legitimación de una teoría científica”.
Una vez más, Donald Trump ha desafiado las encuestas. Si bien pronosticaban un cabeza a cabeza con Kamala Harris, él obtuvo una clara victoria. Además de controlar la presidencia, los republicanos ganaron el Senado. A pesar de su incitación a invadir el Capitolio, sus repetidos escándalos y numerosos reveses legales, Trump obtuvo mejores resultados que su propio resultado durante su victoria en 2017. Por primera vez en 20 años, permitió que el campo republicano ganara por voto popular.
Sería tentador atribuir esta victoria a la estupidez de los estadounidenses, consumidos por películas y otras producciones donde la vulgaridad y la violencia se elevan al rango de entretenimiento. Sin una cultura histórica, no verían el peligro fascista. A menos que sea el individualismo profundamente arraigado en la cultura estadounidense el que explique por qué los votantes vieron en Trump una solución concreta a sus problemas individuales, sin preocuparse por el futuro de su país y de todos aquellos que Trump decidió dejar de lado, o incluso condenar al ostracismo. Desde las mujeres amenazadas por el cuestionamiento del aborto hasta los inmigrantes regularmente insultados, pasando por Ucrania, que corre el riesgo de perder el apoyo militar de Estados Unidos, muchos son los que corren el riesgo de verse debilitados por su victoria.
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Otro factor podría explicar esto: Trump ganó porque convenció a la mayoría de los estadounidenses de que la política aún podía cambiar la realidad. Paradójicamente, en un estallido de confianza en la política los estadounidenses eligieron a alguien que debilitó enormemente la democracia estadounidense.
Su victoria debería servirnos como advertencia en Europa y Francia sobre el cambio que deben realizar las elites políticas, de lo contrario el populismo seguirá prevaleciendo. Frente a Kamala Harris, que se contentaba con señalar los peligros que representaba un segundo mandato para Trump, este último siguió dirigiéndose a los estadounidenses hablándoles concretamente de sus problemas y ofreciéndoles una serie de medidas contundentes. No ofrecer nada y demonizar a su oponente claramente no fue suficiente para convencer a los votantes de votar por los demócratas.
Como Berlusconi en su época, supo utilizar el entretenimiento para ridiculizar a sus adversarios y ganarse la simpatía de sus seguidores.
Liv Grjebine
Independientemente de lo que pensemos sobre la personalidad y las opiniones de Trump, no podemos negar que fue capaz de presentar un proyecto real para Estados Unidos. Un proyecto con dos dimensiones. Por un lado, con su “Make America Great Again”, dio una visión trascendente para los estadounidenses, en particular para las clases media y trabajadora, a menudo desdeñadas, del Medio Oeste, que su compañero de fórmula JD Vance describió muy bien en su autobiografía: Hillbilly Elégie. Describe con delicadeza su infancia en los Apalaches, en una región abandonada y marcada por la crisis de las industrias del carbón y de la metalurgia, rodeado de “pequeños blancos”, estos “hillbillies” a menudo señalados por su xenofobia y su falta de educación. Trump ha podido devolver el orgullo a personas que se han sentido despreciadas por las élites estadounidenses durante décadas.
A diferencia de muchos otros populistas, Trump no se limitó a vender el “sueño”. También propuso una serie de medidas contundentes, las más emblemáticas de las cuales se refieren al ámbito económico. Por lo tanto, ha repetido repetidamente su propuesta de aumentar en 10 puntos porcentuales (pp) –e incluso en 20 pp al final de la campaña– la protección aduanera estadounidense sobre todos los productos provenientes de todos los países, y en 60 pp sobre las importaciones procedentes de China. Los objetivos de tales medidas son múltiples, pero en particular sancionar a China por sus prácticas desleales, reindustrializar el país y financiar recortes fiscales masivos. Sin juzgar estas medidas, este proyecto encarna la reconquista de su soberanía por parte de Estados Unidos. Su vulgaridad y franqueza convencieron a muchos estadounidenses de la autenticidad de su proyecto. Se le considera capaz de tener la audacia de seguir adelante con su acción política, incluso si eso significa desagradar a quienes encarnan la inmovilidad política ante sus ojos: el campo democrático y toda su “camarilla de personas de pensamiento correcto”, desde Hollywood hasta los campus universitarios.
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Ayudado por su instinto político y su inquebrantable dinamismo, Trump ha podido convertir el populismo en un arma particularmente eficaz. Como Berlusconi en su época, supo utilizar el entretenimiento para ridiculizar a sus adversarios y ganarse la simpatía de sus seguidores. También tocó directamente a millones de estadounidenses, hablándoles de sus miedos y aspiraciones y haciéndolos suyos. Así, Trump, el heredero multimillonario de Nueva York, ha pasado a representar al estadounidense medio, que come hamburguesas de comida rápida y se dirige a todos en el mismo idioma con un vocabulario limitado e innumerables insultos.
Trump ha entendido admirablemente los mecanismos del populismo. Pero no habría ganado si hubiera confiado únicamente en el dominio de este papel compositivo. También logró encarnar la voluntad política. El contraste es sorprendente con la situación en Europa, donde nuestros líderes representan cada vez más una forma de impotencia, la incapacidad de controlar la realidad. Este es el caso del tema de la migración, así como de las respuestas industriales al riesgo de degradación económica y tecnológica de Europa. En Europa, la acción parece haberse convertido en la ilusión de gente ingenua. Comprender la elección de Trump también significa darnos cuenta de que nuestra impotencia corre el riesgo de conducir a lo peor, abriendo el camino a populistas de todos los ámbitos de la vida.