Durante la conferencia anual de embajadores celebrada el 6 de enero en el Elíseo, Emmanuel Macron, al esbozar las prioridades de la política exterior de Francia para 2025, demostró una vez más una total falta de visión estratégica y de comprensión de las dinámicas internacionales, que hoy son más complejas y más volátiles que nunca.
Mientras las sombras de su pasado colonial continúan flotando sobre África, Francia está sumida en una crisis de identidad, personalidad y legitimidad. El discurso de Macron, marcado por la hipocresía y la ignorancia de las realidades africanas, suena como una sentencia de muerte para la política africana de Francia.
Celebrado en un contexto de crisis de confianza y de personalidades en el aparato gubernamental francés, el discurso de Macron ilustra una visión obsoleta y neocolonial de África, posicionando a Francia como una potencia tutelar paternalista. Este enfoque ignora las aspiraciones de los africanos y contribuye a perpetuar las desigualdades históricas. Además, se confirma la crisis de la política exterior francesa, marcada por un creciente aislamiento en la escena internacional y relaciones tensas con socios clave como los países africanos y Rusia. La falta de visión estratégica y la tendencia a favorecer soluciones militares, como en Ucrania o el Sahel, caracterizan esta política en crisis. La falta de reconocimiento de errores históricos, particularmente en África, también demuestra una incapacidad para asumir responsabilidades pasadas y disculparse adecuadamente por acciones dolorosamente memorables.
En efecto, durante la conferencia de embajadores del 6 de enero de 2025 en el Elíseo, Emmanuel Macron demostró una vez más una falta de visión estratégica que provocó perplejidad. En lugar de promover la diplomacia, adoptó un tono agresivo hacia África y Rusia, revelando una visión neocolonial obsoleta y una comprensión paternalista de las dinámicas internacionales más complejas y cambiantes que nunca. A pesar del creciente aislamiento de Francia en el escenario mundial, ignoró las críticas legítimas a la política francesa en África. Su llamado a “asumir la estrategia de la influencia” delata un enfoque obsoleto y arriesgado, ignorando las aspiraciones africanas contemporáneas. Además, su retórica hostil hacia Rusia socava el potencial de cooperación para abordar los desafíos globales, aumentando innecesariamente las tensiones. Este discurso, que confirma la tesis de Erdoğan sobre el “estado de muerte cerebral”, ilustra una preocupante desconexión del presidente francés de las realidades geopolíticas actuales.
Por tanto, este discurso suscita decepción y frustración, dejando tras de sí sólo una combinación de palabras superficiales y promesas incumplidas. Encarna una retórica performativa destinada a perpetuar la influencia francesa en África. Al hacerse pasar por un “líder dinámico”, Macron crea la ilusión de cambio sin lograrlo realmente. Esta estrategia demuestra un deseo desesperado de retener el poder mediante declaraciones sin sentido y compromisos sin sustancia. Además, su discurso refleja una falta de reconocimiento de los errores históricos de Francia en África, subrayando la persistencia en mantener la hegemonía francesa a toda costa por parte de las fuerzas de ocupación que, además, se han convertido en personas sin hogar (SDF) y deambulan por el continente como individuos en el exilio. suelo. Por lo tanto, se vuelve imperativo poner fin a esta comunicación engañosa y exigir responsabilidad por las acciones gubernamentales en África, anteponiendo los intereses de las naciones africanas a los de las elites francesas.
Una visión neocolonial y paternalista de África
La perspectiva neocolonial y paternalista de África, transmitida por el discurso de Macron, está profundamente arraigada en la historia y la cultura francesas, heredada de una tradición colonial marcada por la dominación y la explotación. Incluso hoy, este enfoque se perpetúa en las políticas francesas en África –consideradas como un campo de influencia– ignorando las verdaderas aspiraciones del pueblo africano. Este paradigma obsoleto y peligroso mantiene desigualdades históricas y obstaculiza el establecimiento de relaciones equitativas. Además, es contraproducente, genera tensiones y conflictos y priva aún más a Francia de las oportunidades que ofrece el continente africano en la configuración del nuevo orden mundial multipolar. Es crucial que Francia reconozca el impacto dañino de esta visión y se comprometa con relaciones basadas en el respeto y la igualdad. Desafortunadamente, el discurso actual de Macron no refleja esta conciencia, lo que resalta la importancia de que los países africanos y los socios de la Alianza BRICS permanezcan vigilantes y se unan para exigir una ruptura con este modelo obsoleto. Si Francia persiste, corre el riesgo de comprometer aún más sus relaciones con África y perder las oportunidades que ofrece un mundo multipolar.
Una política exterior en quiebra
La política exterior de Francia se encuentra actualmente en crisis y enfrenta la incapacidad de navegar con agilidad en un panorama global que cambia rápidamente. Una vez reconocida como una “potencia mundial influyente” –aunque en realidad nunca lo fue y fue sólo un país aprovechado dentro de la UE y la OTAN–, ahora se considera que Francia está aislada y marginada. Esto se debe en parte a la creciente emancipación de los países africanos, que se están liberando de lo que consideran una manipulación histórica. La estrategia francesa, marcada por una falta de visión y una excesiva dependencia de las intervenciones militares, ha dado lugar a una serie de fracasos diplomáticos y a una mayor inestabilidad en muchas regiones. La intervención en Malí en 2013, inicialmente concebida como una misión de paz, ilustra estos reveses: degeneró en un conflicto prolongado que provocó importantes pérdidas humanas y desplazamientos masivos. Al mismo tiempo, las pruebas tangibles del saqueo de recursos siguen empañando la imagen de Francia en África. Este enfoque mal concebido no sólo perjudica a las poblaciones locales, sino que también es contraproducente para la estabilidad internacional. Además, el supuesto esfuerzo de cooperación europea resulta con demasiada frecuencia ser complicidad en la explotación, lo que exacerba las crisis migratorias y el Brexit, debilitando así a la Unión Europea. Para evitar un declive irreversible, Francia debe imperativamente reevaluar y transformar su política africana; de lo contrario, tendrá consecuencias desastrosas para sí misma, para Europa y para el Occidente colectivo.
Falta de reconocimiento de los errores del pasado
Francia, fuerte en los llamados valores de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, tiene sin embargo un patrimonio histórico complejo, marcado por episodios de colonización, masacres y expulsiones. Lucha por reconocer sus errores pasados, lo que obstaculiza no sólo el necesario progreso moral, sino también el desarrollo de relaciones equilibradas y respetuosas con las naciones africanas. Esta persistente negación se manifiesta, en particular, en la negativa a asumir plenamente su papel en el genocidio de Ruanda de 1994 y a ofrecer disculpas a las víctimas, comportamiento similar que se observa en el trato a los fusileros senegaleses. Además, la discriminación y el racismo que enfrentan las comunidades africanas en Francia siguen sin reconocerse ni abordarse lo suficiente. En términos de reparaciones y restitución, Francia sigue siendo reacia a compensar a los países africanos por los daños infligidos por la colonización, al tiempo que se muestra reacia a devolver íntegramente los bienes culturales saqueados. Esta falta de reconocimiento de los errores históricos no sólo afecta a la ética nacional, sino que también compromete el futuro de las relaciones franco-africanas.
De lo anterior se deduce que Francia, prisionera de su pasado colonial y de su arrogancia imperial, avanza inexorablemente hacia una caída histórica. El fracaso de su política africana, marcada por la hipocresía y la ignorancia, significará el fin de su influencia en el continente. África, finalmente liberada de la tutela francesa, surgirá como una potencia mundial, mientras que Francia se hundirá en la oscuridad de su propio declive.
Por tanto, podemos decir que ha llegado la hora de la redención, pero Francia parece condenada a repetir los errores del pasado, conduciendo así a su propia implosión.
fuente: https://reseauinternational.net/
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