Descendimos a la oscuridad, aplastando vidrios rotos, por tres tramos de escaleras empinadas.
Con mi linterna pude distinguir algunas oficinas y, al final del pasillo, un conjunto de grandes portones metálicos.
Estábamos siguiendo a un soldado rebelde bajo un complejo construido por los servicios de seguridad interna de Siria en el corazón de la ciudad de Homs.
Nos llevó hacia las celdas donde un número indeterminado de prisioneros eran retenidos, torturados, trasladados a otras prisiones o simplemente asesinados donde yacían.
Mientras seguía al soldado rebelde Abu Firas, me dijo que había abandonado el ejército sirio debido a las torturas que había presenciado en celdas como ésta.
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En la oscuridad total, caminamos a través del bloque de celdas, un pasillo estrecho y siniestro, pasando por puertas de celda abiertas, algunas con candados todavía puestos.
Miré dentro, las celdas no tenían más de 6 pies de largo y 4 pies de ancho.
Parecían grandes ataúdes, en lo que para muchos se convertirían.
En algunos casos, las personas permanecieron aquí durante años. Al pasar por las celdas, vimos restos de escasas cantidades de comida; un trozo de pan y una especie de sopa ligera.
‘Acá los mataron’
Abu Firas me dijo que a los prisioneros se les alimentaba, pero sólo para mantenerlos con vida.
“No les daban comida porque los cuidaran, lo hacían para intentar sacar información”, afirmó.
“¿Para que los mantengan vivos y puedan ser interrogados?” Le pedí que confirmara.
“Sí, y una vez que terminaron la investigación, los trasladaron a otro lugar o los mataron aquí”.
El régimen asesinó a la gente aquí tan pronto como obtuvieron lo que necesitaban saber; tal vez no obtuvieron nada de los prisioneros, aun así los mataron.
En Homs, las detenciones aleatorias eran continuas y nadie estaba a salvo. Me llamaron para mirar el nombre de una mujer “Fátima” garabateado en la puerta de una celda.
Aquí no sólo estaban retenidos hombres, sino también mujeres y niños.
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“Eran manifestantes, tal vez pasaban al azar por una calle y hubo una protesta”, explicó Abu Firas.
La gente fue sacada de las calles por cualquier motivo.
A muchos de los que fueron llevados a este lugar se les acusó, según les dijeron, de terrorismo, una acusación amplia que cualquiera podría recibir por desagradar al gobierno.
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‘Solían torturar a mi hermano delante de mí’
Sin mi linterna, no podía ver mucho. Eso también fue parte de la tortura para los prisioneros aquí.
“El régimen utilizó este método, por lo que la gente no sabe si es de día o de noche”, explicó Abu Firas.
Fue testigo de torturas como soldado. Le pregunté si él también fue torturado en algún momento.
“Tanto, electricidad y diferentes herramientas, siempre tendrías los ojos vendados”, me dijo.
“Las formas en que solían torturarnos a nosotros, a mí y a mi hermano, solían torturar a mi hermano delante de mí, y a mí delante de mi hermano, por presión psicológica”.
Las celdas se encuentran debajo de un complejo de seguridad interno en el corazón de una urbanización con grandes bloques de apartamentos. Una prisión tan cerca de la comunidad se siente como un mensaje más de represión para la población.
Al parecer los agentes que trabajaban en este complejo se marcharon a toda prisa. Hay tazas de té a medio beber, cigarrillos apagados, comida en los platos y chaquetas todavía colgadas en las sillas de la oficina.
En una de las habitaciones encontramos un arsenal de armas y municiones, muchas de ellas suministradas por Rusia, todas abandonadas.
También se abandonaron archivos: miles y miles de ellos que detallaban las vidas de los civiles y sus supuestas creencias políticas.
Todos en Siria fueron espiados y nos dijeron que las personas en estos archivos estaban en una lista de vigilancia.
Nos asomamos a otra habitación, ésta subterránea. Estaba quemado, los documentos convertidos en cenizas y algunos todavía humeaban por el calor.
Nos dijeron que se trataba de los expedientes de los propios prisioneros y que fueron quemados cuando el régimen colapsó.
Quizás nunca se sepa quiénes eran los prisioneros y qué les sucedió.