Sentada en el andador de su padre, junto a los muebles cubiertos de barro que se encuentran en la acera frente a su casa, Beatriz Frau mira al vacío. Ha pasado una semana desde que lluvias torrenciales y una inmensa ola, desbordada el río Magro, arrasaron la localidad de Algemesí, un pueblo rural de 27.000 habitantes, rodeado de naranjos y caquis, a 35 kilómetros al sur de Valencia. Aquí, como en el resto de la provincia, donde las inundaciones dejaron 211 muertos y 78 desaparecidos, el regreso a la normalidad parece lejano.
El miércoles 6 de noviembre, Beatriz Frau terminó de despejar y limpiar la devastada planta baja de su modesta casa. Esta empleada de un centro de jardinería de 40 años todavía no tiene electricidad y va a ducharse con los vecinos, como el resto de su familia. Con sus dos hijos, su sobrina y sus padres viviendo con ella, sigue estancada. en el barrio del Raval, cuyas calles todavía no son más que profundos atolladeros.
Se supone que volverá a trabajar el lunes, pero todavía no sabe cómo llegará allí. “Aquí no vinieron ni los bomberos ni los militares”dijo, con el rostro distorsionado por una mueca. Es el ayuntamiento el que designa los barrios y calles prioritarios, explica a mundo un oficial del ejército, desplegado en gran número en la ciudad. El del Raval, pobre y marginal, de mayoría inmigrante, situado al otro lado de las vías ferroviarias en desuso, ha quedado olvidado o abandonado.
“Aparte de los voluntarios, nadie nos ayudó”confirma Emilia Saba, muy afectada psicológicamente. Para volver a la casa de esta mujer desempleada de 60 años hay que abrirse paso entre montañas de barro y basura con mal olor. A su alrededor, media docena de jóvenes que acudieron a echarle una mano, armados con escobas, escobas y mascarillas en la nariz, la ayudan a vaciar su casa de muebles empapados en agua sucia, donde pensó que moriría el 29 de octubre. “El agua se coló por debajo de la puerta, luego rompió una ventana y empezó a subir hasta superar el metro. Pasé la noche encaramada en una escalera de mano, con mi esposo, generalmente con soporte vital, mientras mi hija y mi nieto se subían a los muebles.recuerda.
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Por la mañana, familiares y vecinos lograron derribar la puerta. Desde entonces, ella y su marido duermen en casa de su hermana, su hija de 40 años sobre un colchón en el suelo, mientras su nieto está en casa de una tía. No queda nada en su casa y no se ha restablecido la electricidad. “Me falta fuerza. Mi casa no estaba asegurada, por lo que no tendría derecho a indemnización”añade.
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