En “Hors du temps”, Olivier Assayas filma un desafinado reencuentro fraterno en pleno confinamiento

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Etienne (Micha Lescot) y Paul (Vincent Macaigne, de espaldas) en “Hors du temps”, de Olivier Assayas. CAROLE BETHUEL/AD VITAM

LA OPINIÓN DEL “MUNDO” – POR QUÉ NO

Ayer nuevamente del lado de la epopeya cubano-estadounidense (Red Cubana, 2020), Olivier Assayas regresa a nosotros de una manera extraña, no tanto fuera de tiempo, como se titula su nueva película, sino fuera de tiempo, ya que evoca el período de encierro que lo vio encerrarse en la casa familiar. en el valle de Chevreuse. Tantas películas, inmediatamente olvidadas, se propusieron golpear este hierro cuando estaba caliente para que este intento excéntrico, por no decir excéntrico, tuviera todo para complacer. Por otro lado, también corre el enorme riesgo de devolvernos a una realidad cuya estancada pesadilla cualquier individuo normalmente constituido se resiste a recordar.

Lea la reseña (en la Berlinale 2024): Artículo reservado para nuestros suscriptores. “Fuera de tiempo”, de Olivier Assayas, o la melancolía del encierro

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Parece, sin embargo, queFuera de tiempomás que una reflexión sobre el encierro en sí, es para su autor una oportunidad de evocar el vínculo familiar, siendo sin duda la asociación entre uno y otro no fortuita y colocada bajo una luz equívoca desde el principio.

Esta evocación se desarrolla en dos planos contiguos y alternos. El primero, proustiano, está apegado al pasado. Olivier Assayas recuerda allí, en esta hermosa casa de su infancia donde la alerta sanitaria lo trae de vuelta, sus años de juventud, la figura de sus padres, el lugar de esta residencia en la economía familiar.

Acento elegíaco del pasado.

A esta línea del diario se superpone una reconstrucción ficticia en el presente del encierro que reúne a Paul (Vincent Macaigne en el papel del cineasta Olivier Assayas), su hermano Etienne (Micha Lescot en el papel del crítico de rock Michka Assayas) y sus respectivas compañeras, Morgane (Nine d’Urso) y Carole (Nora Hamzawi).

El bordado, admitámoslo, es desconcertante. Atrapado por el acento elegíaco y sensible del pasado, que se centra en la voz y los lugares, resulta difícil seguir la película, que conecta con una comedia de trivialidades, con, de fondo, reencuentros fraternales. Se cree que el vínculo entre los dos planos, sin duda obvio para Olivier Assayas, lo es menos para el espectador. El cual, al no encontrar la clave de este arreglo, llega a lamentarse de lo que podría haber sido cada una de las partes si el autor les hubiera dado tiempo para florecer. Con más abandono y toma de riesgos en el primer segmento, y más cruce de límites y transfiguración de situaciones en el segundo.

Lo que surge es una película extraña y singular, no menos que la situación que la inspiró, fiel en este sentido a la maceración de las mentes y al egocentrismo frenético que sacudió a la humanidad en aquellos tiempos.

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