Casas inundadas, árboles arrancados de raíz, coches volcados en la carretera: Utiel, una pequeña ciudad situada cerca de Valencia, muestra las cicatrices de inundaciones históricas en el sureste de España que dejaron al menos 95 muertos.
“Ya no queda nada que salvar”, suspira Emilio Muñoz, con los brazos cruzados frente a su pequeño pabellón de ladrillo rojo. “Lo perdí todo en una noche”, afirma este jubilado.
Con ojos brillantes, rebobina el hilo de una noche “sin precedentes”. “La lluvia cayó sin parar desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana”, cuenta el septuagenario, que vive a un paso del río Magro.
El río, que discurre en la provincia de Valencia, se desbordó y “el agua entró en mi casa y lo puso todo patas arriba”, explica. Un vecino, que acudió a ayudarle, confirmó que “¡hay que tirar todo!”.
Las paredes, los techos y los muebles están anegados. Incluso la lámpara de cristal del comedor está cubierta de hojas y arbustos, lo que ilustra el poder de las aguas.
“Acababa de rehacer mi cocina”, se lamenta Muñoz, que espera “que el seguro no gotee”.
En las calles de Utiel todo el mundo trabaja arduamente para restaurar un pueblo desfigurado al que el barro marrón le da un nuevo color.
El martes, la localidad de 10.000 habitantes situada a unos 80 kilómetros al oeste de Valencia recibió en un día casi seis veces más agua que en un mes normal de octubre (40 mm de media de 1991 a 2020).
En comparación, en 2023 solo llovió 12,8 mm durante todo el mes, o 18 veces menos que el 29 de octubre de 2024.
Impulso de solidaridad
La electricidad y el agua están cortados desde el martes por la tarde y la red de telefonía móvil tiene problemas para funcionar.
“Esperamos restablecer la electricidad por la noche”, dijo a la AFP un responsable de la Guardia Civil (equivalente a la Gendarmería). Mientras tanto, se han instalado generadores por toda la ciudad.
Las excavadoras limpian continuamente gruesas capas de lodo de la carretera, mientras los camiones con remolque recogen adoquines, neumáticos o cables eléctricos para permitir el movimiento de los servicios de emergencia.
En Utiel se generó una oleada de solidaridad, donde todos intentaron ayudar prestando una pala, llevando botellas de agua u ofreciendo brazos para abrir las puertas de los garajes bloqueadas por el barro.
Los jóvenes voluntarios van de puerta en puerta para asegurarse de que “nadie quede olvidado”. “Tenemos que ayudar a nuestros mayores, no podemos quedarnos sin hacer”, explica Ricardo, de 16 años.
Escoba en mano, María Gómez intenta salvar “algunos objetos” de su papelería. “Hacemos lo que podemos, los servicios de emergencia están desbordados, así que nos las arreglamos solos y sobre todo hay que mantener el ánimo en alto, eso es lo único que nos queda”, filosofa la joven.
Con el apoyo de su madre, retira dolorosamente las ramas rotas que han caído en su tienda.
“Nunca en mi vida había visto tanta lluvia y agua”, asegura la treintañera. “No entendí lo que pasó, el río se desbordó, entonces todo pasó muy rápido. El agua subió más de un metro”, explica el comerciante.
De pie cerca del río Magro, Sonia Álvarez señala su auto. “Está flotando, está arruinado”, exclama la joven madre que espera un remolcador “que no llega”.
Sus tres hijos y su marido están en Valencia. “La carretera está cortada, tendré que pasar la noche sin mi familia”, lamenta. La joven está “al final” y mata el tiempo viendo vídeos de las inundaciones en las redes sociales. “Siempre hay gente peor que nosotros”, afirma.
(afp)