Luc* tiene miedo. Para su hijo, para él y para una mujer que lo rodea. Teme que el feminicidio sea inminente y cree que no se hace nada para impedirlo, a pesar de las numerosas señales. Y la historia, que comenzó en primavera, parece acelerarse.
Una pareja que él conoce está pasando por una tormentosa separación. En mayo, el marido amenazó a su ex en su casa, intentando quitarle a sus hijos. Luc y su esposa presenciaron la escena, que tuvo como resultado una medida de retirada de 100 metros. “Este verano firmó un contrato de arrendamiento de un alojamiento a 70 metros del de su expareja y del colegio de una de sus hijas, al que también va mi hijo”. Consecuencia: “¡El perímetro de distanciamiento se ha reducido a 50 metros!”
Aun así, Luc afirma que desde entonces el hombre ha perseguido a su ex; y amenazó a varios amigos de la ex pareja. En la comisaría de la localidad rural se presentaron “numerosas denuncias”.
El lunes por la mañana, el individuo atacó a Luc en su estacionamiento. “¡No dejaba de decirme que planeaba matar a mi hijo!” Luc llamó al 117. “La patrulla no vino, me dijeron que fuera a presentar una denuncia”, lo cual hizo en Pâquis. Por la noche, en la comisaría de policía local, sus acciones fueron ignoradas. “Me dijeron que el hombre sería citado en el futuro”.
Desgraciadamente, durante la noche del lunes al martes, merodeó por la casa de Luc, iluminándola con una lámpara. Nueva llamada al 117. Llegan dos patrullas, pero el individuo se ha marchado. “Los agentes no fueron a su casa”.
Luc está enojado y aterrorizado. “¿Qué debe pasar para que una persona en apuros y que amenaza físicamente a muchas personas sea arrestada u hospitalizada?” Que un hombre inestable quede libre “mientras sus víctimas sólo tienen derecho a cerrar sus puertas” le sorprende. La policía remite el asunto a la fiscalía, que no hace comentarios.
