por Giovanni M.
Tal y como hemos podido saber por las últimas noticias, aquí estamos, el nuevo Ejecutivo francés encabezado por se ha marchado François Bayrou (centrista). Por primera vez asistimos a un hecho quizás único en un país europeo: tres cambios de liderazgo y tres gobiernos en total 11 meses. Pero esta vez, aunque los socialistas estaban abiertos al diálogo, Emanuel Macron tuvo que beber una copa amarga porque, contrariamente a lo que se podría haber pensado ante una posible entrada en el partido de Olivier Fauré – el jefe del PS que estuvo tentado de convertirse en Primer Ministro y arrinconó a Mélenchon – optó por “balance” el Ejecutivo para complacer a todos a partir de Marina Le Pen.
Por lo que leo en la prensa local, parece que la propia Marine está satisfecha: con la elección del nuevo Ministro del Interior, Bruno Retailleau – un ex enemigo republicano de la inmigración, confirmando el veto que el líder de RN había puesto a Xavier Bertrand, quien no estaba investido de ningún cargo. Aunque ha dado una especie de apoyo inexplicable a la nueva administración, en el fondo surge una advertencia desde dentro del partido: su “corcel” bardela, que en las últimas elecciones administrativas ha aportado una gran cantidad de votos, especialmente entre los jóvenes, cañonazos declarando que esto “Es una coalición fallida” (el que tenga oídos para oír, que oiga).
Esto nos hace comprender algo que ya es plástico: los franceses no están nada contentos con Macron, hasta el punto de que su partido, renacimiento, Está en caída libre en las encuestas y esto se refleja en los llamamientos a su dimisión por parte de buena parte de los ciudadanos más allá de los Alpes. La razón por la que piden un paso atrás está determinada por un hecho que está afectando a muchos de los llamados países “democrático”: la costumbre de no dejar que la voluntad del pueblo se exprese poniendo lo que quieran en golpes de estado que, elección tras elección, están debilitando a las sociedades y provocando su colapso.
Lo que, en mi opinión, la situación francesa puede enseñarnos es que, a pesar de una deuda pública mayor que la nuestra, la voluntad de las partes siempre se expresa y, a pesar de otras “democracias” occidentales, La interferencia externa importa hasta cierto punto.. Aunque en un sistema diferente al de muchas repúblicas parlamentarias, la facilidad para desconfiar de los gobiernos es mucho más sencilla de lo que uno podría pensar, por lo que ya estamos en el tercer gobierno desde principios de año.
Todo ello en un escenario en el que la polarización atlántica será cada vez más incisiva en la economía de los países de la OTAN en términos de gasto público y más concretamente en términos de un posible destino de defensa que, según muchos periódicos, Trump quiere aumentar al 5%. Sin olvidar otras hipótesis de retorno a las funciones que también pesarán sobre laexportar que para muchos países como Italia y Francia podría resultar perjudicial incluso a corto plazo.