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En los últimos años han proliferado en las ciudades los barberos, esos salones de peluquería dedicados a los hombres. En competencia directa con los salones mixtos tradicionales, también libran una feroz batalla entre ellos para ver quién será el más barato.
Imposible perderse esta ola. En la calle llama la atención el cartel rojo, blanco y azul: otro barbero. Rincones dedicados, gamas de productos especializados, formación… Las marcas de peluquería clásica se han adaptado a esta demanda. Desde 2012, la opción “barbero” ha vuelto incluso al título profesional de peluquería. Y funciona: bigotes bien recortados, barbas de tres días o un mantenimiento meticuloso de la perilla, los clientes acuden en masa.
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En la región de Toulouse, una simple búsqueda en Internet muestra más de un centenar de barberos. Pero esta sobreabundancia complica la elección. Antoine, de 28 años, admite: “Ya he visto cortes por menos de 10 euros. Pero hay que ser valiente para dejarse peinar con ellos. Personalmente, tengo demasiado miedo”. Sin embargo, estos precios con descuento son atractivos.
“El ritmo de trabajo es infernal”
En algunos salones, los precios desafían toda competencia: corte y peinado por 15 euros, afeitado de barba por menos de 5 euros. Estos precios hacen palidecer a los salones de alta gama en comparación, donde un recorte puede superar los 30 euros. Pero este modelo económico plantea interrogantes. “No sé cómo pueden vivir con precios tan bajos”, se pregunta Arnaud, de 33 años, que suele optar por marcas más caras, pero en las que se siente seguro.
Para seguir siendo competitivos, algunos barberos confían en la velocidad. Los servicios se suceden a un ritmo vertiginoso y los empleados están bajo presión constante. “El ritmo de trabajo es infernal, hacemos recortes sin tregua para generar más facturación”, confiesa un empleado que pide el anonimato. Las largas jornadas y los márgenes reducidos pesan mucho sobre estos trabajadores masculinos de la estética.
Esta carrera por los precios bajos no está exenta de consecuencias. Si los barberos invaden las calles con su estética estandarizada, la sostenibilidad de este modelo plantea dudas. Algunos salones cierran tan rápido como abrieron, víctimas de una competencia feroz y de la falta de rentabilidad.
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