Roger Lilien (compañero de Isabelle y propietario del apartamento), había aceptado colaborar tras una petición enviada por un familiar de la policía. “Necesitaban un lugar discreto donde vigilarlos y escucharlos. Roger estuvo de acuerdo, pero tuvo que guardar silencio sobre todo”.
El día de la intervención la discreción dio paso a la acción. “A Roger se le advirtió que algo iba a pasar. Le pidieron que se fuera. Así como el señor del primer piso del número 32 (donde se produjo la agresión) fue trasladado al hospital, no es casualidad. Hubo que vaciar la casa”. Esa tarde, desde este apartamento, los investigadores siguieron en directo el desarrollo de la operación.
Después de los hechos, la vida volvió poco a poco a la normalidad en el barrio, pero el apartamento sigue siendo un testigo silencioso de este momento de la historia. Roger Lilien, ya fallecido, había contribuido sin saberlo a uno de los aspectos esenciales de esta intervención. Isabelle también recuerda una anécdota: “Un policía vino a inscribirse en una clase de baile después de la operación, tal vez para asegurarse de que todo estaba bien”.
Hoy, la historia de este apartamento utilizado como puesto de escucha sigue siendo un testimonio de las sombras en las que se desarrolla la lucha contra el terrorismo.
