En las fiestas de Aviñón, los demonios devastadores de Angélica Liddell arrasan el patio principal

En las fiestas de Aviñón, los demonios devastadores de Angélica Liddell arrasan el patio principal
En las fiestas de Aviñón, los demonios devastadores de Angélica Liddell arrasan el patio principal
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Esperábamos una apertura muy política de este 78º Festival de Aviñón. Con, en vísperas de la primera vuelta de las elecciones legislativas, un discurso sobre las cuestiones electorales, la determinación y el compromiso de los artistas para bloquear el camino a la extrema derecha.

Eso será para más tarde… Esta tarde inaugural, el sábado 29 de junio, habrá estado marcada más por el temor a un aguacero en el patio principal del palacio de los Papas. Tuvo lugar, poco antes de la actuación de demonio de Angélica Liddell, luego más intensa tras la ovación del público.

Aumento

Pero las perturbaciones atmosféricas fueron meras bagatelas comparadas con el oleaje provocado por la dramaturga y actriz española. Atormentada por los recuerdos de una infancia de dolor, desesperada por el silencio de un Dios ausente que ignora su búsqueda de trascendencia, obsesionada por la decadencia de cuerpos y almas, Angélica Liddell, habitual de Aviñón (1), ingresa en el Lugar santísimo de la fiesta con una sala donde se suceden escenas llenas de ruido y furia.

La escena se ofrece primero… al Papa, una figura vestida de blanco cuyos zapatos rojos se funden con el suelo del escenario desnudo que recorre con pasos rápidos, observando con ojos atónitos los accesorios únicos: un urinario, un bidé, una taza de baño…

La palabra como arma de destrucción masiva

Pronto, Angélica Liddell romperá este silencio con un larguísimo monólogo gritado ante un micrófono: el nivel sonoro general del espectáculo es ensordecedor. Bata blanca que muestra una desnudez que exhibe agresivamente, largo cabello negro y tez pálida, utiliza la palabra como arma de destrucción masiva, derramando toda su rabia y todo su prodigioso virtuosismo de “performer”. No escatima en nada ni en nadie, empezando por ella misma. ¿Para abrazar y neutralizar mejor? – en este odio colectivo, un público que acoge estas oleadas de odio sin pestañear.

Aquí todos vuelven a su umbral de tolerancia a la violencia de las palabras, a la recurrencia del sexo triste –el amor, por su parte, está muerto y enterrado– y a la escatología, a la repetición de frases definitivas, cuya brutalidad no No ocultemos por mucho tiempo la banalidad. Porque, si impresiona, el exceso sólo colma temporalmente la vanidad del texto. Angélica Liddell pone las risas de su lado al atacar nominalmente a varios críticos de la prensa (El Fígaro, El mundo, Liberar…). Encontraremos, tal vez por solidaridad profesional, el proceso muy cuestionable, dando así a una persona a pastar, incluso simbólicamente, sin ser nunca inocente ni muy gloriosa.

Homenaje a Ingmar Bergman

Con demonio, la creadora quiso rendir homenaje al cineasta sueco Ingmar Bergman, a quien admira apasionadamente, y a la puesta en escena que éste había preparado para su propio funeral. El propio Bergman se inspiró en el funeral del Papa Juan Pablo II…

Deslizándose en el universo atormentado del director, Angélica Liddell se hace suyo, pero sin acercarse a su potencia, sus angustias y sus revueltas: la infancia oprimida, el rigorismo religioso, la venganza de impulsos reprimidos que regresan en cohortes como los demonios del título de la pedazo. Y, angustia entre las angustias, el espectro repulsivo de la vejez, sirviente de la muerte en el corazón de la vida, ella que corrompe la carne y empaña el espíritu. Y para evocar lo sublime y lo terrible Zarabanda (2003), última película del director.

La juventud y la vejez reflejadas

En el escenario, extras ancianos, a veces en sillas de ruedas, a veces recuperando su frágil autonomía, emprenden una extraña coreografía en un intercambio silencioso y a veces tierno con chicas jóvenes en todo el esplendor de su juventud.

De este reflejo nace una poesía fugaz, especialmente cuando Angélica Liddell evoca (como Bergman) la música de Bach cuya “alegría” constituye un misterio siempre fascinante. Abre el camino a un fin de representación menos bárbaro, si no menos pesimista.

(1) Por primera vez en el patio principal, Angelica Liddell ya ha presentado una decena de creaciones en Aviñón.

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