La publicación de Tomás Legrand
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Al destituir a varios diputados críticos con la democracia interna del partido, el líder del LFI traiciona a todos los franceses que esperan bloquear el camino hacia la extrema derecha y confirma su condición de auténtico flagelo para la izquierda.
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El sectarismo y la mezquindad fueron los fallos bien conocidos de un movimiento político muy pequeño en los años 70 y 80: el lambertismo. Esta rama del trotskismo francés, bien organizada, atrajo a una parte muy pequeña de la juventud estudiantil opuesta al PCF, todavía poderoso y sometido al autoritarismo soviético. Jean-Luc Mélenchon fue un lambertista disciplinado. Luego se hizo socialista (se trataba de crecer). Engreído miterrandista y sabio viceministro de convivencia bajo Lionel Jospin, luego se emancipó del PS, probando (resumimos…) el populismo de izquierda en el gran movimiento Alter que atravesó el campo progresista global de la década de 2000. Al mismo tiempo, se republicanó, hizo cantar la Marsellesa en sus mítines y hizo ondear banderas tricolores a la juventud militante que admiraba a este erudito tribuno que tan bien hablaba de la gran Revolución y citaba a Hugo, nuestra conciencia nacional. Algunos pensaban que al final de esta vida militante, de todas estas luchas, de estas tres candidaturas presidenciales, el viejo cascarrabias de la izquierda y de la República ganaría altura. Pero no, resurge el lambertista estrecho y brutal, apegado sobre todo a la solidez del ínfimo núcleo de fieles. El salto
