lo esencial
A sus 75 años, Patrice dedica buena parte de su jubilación a apoyar a las familias en duelo en la agencia funeraria Lavelanet, en Ariège. Discreto y dedicado, este empresario de pompas fúnebres comparte su vida cotidiana y, sobre todo, su amor por esta inusual profesión.
A Patrice no le gusta mucho hablar de sí mismo. Vestido con traje negro y camisa azul, este jueves 9 de enero en las Pompes Funèbres Ollivier de Lavelanet (1), en Ariège, comprueba que el retrato del difunto, las flores y el registro de condolencias están en su lugar.
A sus 75 años, el jubilado desarrolla una actividad inusual que le enorgullece. Es lo que coloquialmente llamamos un “enterrador”. “Eso ya no se dice”, desliza, “prefiero agente funerario o portero”. Para Patrice, la profesión debe evolucionar; por lo que ahora prefiere el término “vehículo funerario” a la expresión más ostentosa “coche fúnebre”.
En medio del duelo, su papel es precisamente el de “acompañar a las familias”, resume sobrio y de mirada clara el maestro de ceremonias, que se formó en 2012 después de trabajar 26 años en una fábrica de serigrafía en Charente Marítimo.
“En aquel momento, eran 80 horas de teoría y 70 horas de práctica en trabajos funerarios”, explica. Y agregó: “No era nada manitas. Lo que me gustaba era montar en bicicleta, entonces cuando me retiré me pidieron que transportara cuerpos, fue una idea que me inspiró. Inmediatamente empaqué”.
“Lo más difícil será tener que parar algún día”
Si al principio Patrice sólo buscaba un complemento de jubilación y también una forma de seguir trabajando, al final se enamoró de esta profesión. El que siempre ha invertido en los demás en asociaciones solidarias. “Cuando empecé no sabía si me iba a adaptar”, admite. Las primeras ceremonias no son fáciles: no sabes si te acostumbrarás a ver cuerpos, y sabes que si te equivocas Con tu discurso sorprenderás a las familias”.
Prueba de que ha sabido aclimatarse es que durante tres años ha orquestado la mayor parte de las ceremonias de Lavelanet. “Y estoy lejos de estar cansado”, dice el hombre que nunca cuenta sus horas. “Puedo trabajar 20 horas una semana, 40 la siguiente, pero lo más difícil será tener que parar un día… Para mantener una cierta presencia frente a las familias, tendré que resolverlo”.
Patrice se siente tranquilo por la presencia que todavía tiene, sobre todo cuando, este jueves, la afligida familia cruza la puerta de la funeraria. Desde el ataúd hasta el entierro del cuerpo, él la guía y la invita a la última meditación antes de cerrar el ataúd, intentando aportar un poco de calidez en medio de los sofás oscuros. “Algunas familias están devastadas, tengo que estar ahí para ayudarlas”, confiesa Patrice.
“Algunas familias están devastadas, tengo que estar ahí para ellas”
También asegura que los familiares del fallecido eligen el poema que leerá en el cementerio. “¡Es muy importante!”, insiste riendo. “Un día, durante un funeral, leí un poema sobre el amor de un hijo por su madre. Lamentablemente, no fue así en esta familia…”. Siempre deja que los familiares hojeen ellos mismos el cuaderno.
Después de la meditación, Patrice acompaña la procesión fúnebre hasta la encantadora iglesia de Bélesta, donde los portadores, con la ayuda de un carro, colocan el ataúd cerca del sacerdote, acompañados de la canción de Jean Ferrat “Podrías haber vivido”. La multitud presente da testimonio del aprecio que se tiene por el difunto. Discreto, Patrice se desliza entre la gente y también hace la señal de la cruz. “Soy católico”, susurra.
Acompañar a las familias hasta el final es su mayor orgullo. Y no es el único: en la agencia funeraria hay cuatro que tienen más de 65 años. “Es un trabajo muy gratificante, pero una vez terminada la ceremonia hay que saber seguir adelante”. Esta necesidad de perspectiva la aprendió especialmente cuando empezó en Charente-Maritime.
Todavía recuerda el ataúd de un pequeño bebé que tuvo que abrir, o esta impresionante ceremonia en homenaje a una joven de 16 años que se había suicidado. “Había dos vehículos funerarios sólo para las flores”, dice. “En el cementerio, muchos jóvenes estaban reunidos con una rosa en la mano. Eso me dejó una impresión…”.
De hecho, a Patrice no le gusta mucho hablar de sí mismo. Lo que prefiere es hablar de los demás, de sus recuerdos y, especialmente, de este trabajo que hoy es su día a día.