A pesar de su tema oscuro y terriblemente doloroso – la historia está ambientada en la Shoah, es decir, la deportación y el éxodo de judíos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial – esta película animada en 2D magníficamente conmovedora, logra ofrecer a través de su imaginativa poesía momentos de Dulzura infinita y luz sorprendente.
Esta austera historia (originalmente una novela de Jean-Claude Grumberg, cuya adaptación a cuatro manos firmaron Hazanavicius y el autor) evita cuidadosamente la reconstrucción histórica.
Sin embargo, nunca se hablará de Alemania, ni del período de las SS, ni siquiera de los judíos, pues la historia prefiere adoptar el marco indeterminado y universal de los cuentos.
En esta historia eterna no hay ni izquierda ni derecha, ni buenos ni malos, ni judíos ni nazis: sólo gente pobre.
Y una “raza maldita”, de “ladrones” injustamente acusados de haber matado a Dios.
Y, en la nieve, un bebé “cayó” del tren.
Y, en la noche de los cuentos, un pobre leñador de estómago hueco, con prisa por cubrirlo de amor maternal.
Entre la aspereza y la delicadeza
Hazanavicius (el artista; ambos OSS 117) logra retratar con una gracia y delicadeza que imponen respeto los rostros desgastados, las espaldas encorvadas, las mentes estrechas, las almas domesticadas y las esperanzas rotas de estas vidas fallidas.
Desde la punta de sus lápices (los dibujos de los personajes son suyos) y desde lo más profundo de sus silencios, Hazanavicius causa o cura heridas con la misma fingida indiferencia.
Con total control del ritmo, las imágenes y la emoción, el director evoca los inicios de la vida y el despertar de la primavera con la misma calma ronroneante y la misma paciencia que con la muerte, la locura, el odio errante… y el crepúsculo que envuelve suavemente el bosque.
No le temen a los contrastes, y menos aún a los silencios, Hazanavicius. Y nos recuerda a través de las imágenes que somos en definitiva, hombres y bestias, mientras el tiempo pasa, muy poco…
En un universo visual que en ocasiones evocará a Walt Disney (Bambi), a veces Jacques Tardi (Fue una guerra de trincheras), dependiendo de si observamos la fauna del bosque o sus hormigas humanas, El bien más valioso avanza con pasos aterciopelados.
La película impone un ritmo pausado, el de los árboles susurrando y las nubes flotando; el de Los Miserables que siguen con sus rutinas inocuas; y el de los trenes que, con el vientre lleno de una procesión de prisioneros demacrados, continúan su macabro recorrido hasta el campo de concentración donde van tristemente, pero incansablemente, a deshacerse de sus mercancías indigestas…
Este ritmo es el de la tragedia.
Pocas veces una producción tan lenta y plácida nos ha transportado tanto.
Habría mucho que decir, intentar evocar toda la emoción que brilla o emana de El bien más valioso.
Es una película muda, hecha de viento y jirones de silencio que, a falta de algo mejor, hombres y cuervos destrozarán.
Lo habremos admirado desde todos sus ángulos “naturales”, este tiempo que pasa, omnipresente, y que pasa ocupando todo su tiempo. Y, colmo de la magia, ni siquiera habremos visto pasar el tiempo…
Sin ser una caricatura derramar niños, sigue siendo, en términos de representación puramente gráfica, totalmente accesible a un público joven… que corre el riesgo de sentirse aún más desanimado por su languidez.
El bien más valioso se presenta en el cine.
“La más preciosa de las mercancías”, tráiler (Les films Opale)
en los creditos
- Puntuación: 8,5/10
- Título: El bien más valioso
- Género: Drama animado
- Director: Michel Hazanvicius
- Duración: 1 hora 41 minutos