El salón de Belmiro Moreira ya no tiene espacio suficiente para albergar otras figuritas y piezas luminosas. Cientos de pequeñas piezas ya dan vida a su mágico pueblo navideño en miniatura, un mundo mágico que crece desde hace 34 años. Su pasión le llegó temprano durante la que es su temporada navideña favorita y nunca lo abandonó.
“He estado haciendo esto toda mi vida. Empecé en 1967 con belenes en las chimeneas de la casa de mis padres en Portugal y luego, de vuelta en Luxemburgo, me dejé llevar. Seguí agregando piezas hasta llegar a lo que estoy haciendo hoy”, dice este residente que vive en Aspelt, en la comuna de Frisange, desde 1990.
Las luces de colores, el belén de arcilla de más de 40 años, los trenes que circulan a gran velocidad por las pequeñas vías del tren, los esquiadores que se lanzan por las montañas y un teleférico que vuela sobre los carruseles y las norias en miniatura… Todo es visible de la calle y llama la atención de los transeúntes. Algunos incluso se detienen para pedir entrar.
Instalación de dos semanas
“Cuando la gente pasa por la carretera, ya pueden ver parte de ella a través de la ventana, y algunos tocan el timbre para pedir ver todo el pueblo. A veces piden tomar fotos y decir lo exitoso que es”, dice Belmiro Moreira, 70 años, quien tuvo que mover los muebles de su sala para instalar esta atracción navideña.
La curiosidad popular ya le ha hecho plantearse “ampliar la ventana para ver mejor, pero el ayuntamiento no ha autorizado la modificación de la fachada porque es un barrio antiguo”, lamenta el vecino.
Ahora que está jubilado, le lleva dos semanas colocar la decoración navideña. Belmiro Moreira está haciendo todo lo posible para que su pueblo esté listo para el 1 de diciembre. “Cuando trabajaba, empezaba mucho antes y trabajaba hasta tarde para terminar a tiempo. Me gusta iluminarlo todo el primer día de Adviento, porque los pueblos de aquí también tienen la costumbre de encender las luces ese día”, explica el portugués, que cuenta con la ayuda de su esposa Teresa en este minucioso trabajo.
“Hay piezas que no quedan bien si las colocas en un lugar determinado, porque están altas. Todo está pensado. También monté todo el sistema eléctrico y tengo una fuente y un río con agua y una bomba”, añade.
El montaje del “pueblo navideño” lleva dos semanas © Chris Karaba
“Todas las piezas son especiales”
En este arte de crear y hacer soñar, iniciado en 1967, el ex electricista ya no sabe cuántas piezas posee, pero asegura que son “centenares”. Y “todos son especiales”.
“Los amo a todos. Compré muchos, hice otros yo mismo o los reparé, pero no hay dos iguales. Este año construí un puente. También hice la estación de Aspelt, porque aquí hubo una estación hace muchos años, la casita de madera para la guardería y los postes de aluminio también son nuevos”, explica, aunque admite que es más discreto a la hora de comprar cosas nuevas.
“Últimamente he estado comprando menos, pero sigo haciéndolo todos los años. Son más caros y como tengo poco espacio, ya no puedo comprar mucho. No quiero cambiar de habitación porque pronto ocuparé toda la planta baja”, teme.
Aún así, es difícil resistirse. “Si paso por una tienda y veo una pieza que me atrae, puede que incluso encuentre más espacio”, dice Belmiro Moreira entre risas.
Si bien no puede nombrar una parte favorita, admite que fue el teleférico lo que le hizo perder la cabeza. “Costaba 400 euros, probablemente era el más caro”, recuerda. Toda esta colección se guarda en un mueble de tres metros de ancho y dos de alto. “Se llena y se dejan algunos trozos porque no cabe todo allí”, sonríe el septuagenario.
Un legado para sus nietos
Belmiro Moreira no piensa parar y espera que sus descendientes se interesen por su proyecto de vida, que no deja de crecer desde hace más de medio siglo. “Mientras esté sano, continuaré. Creo que mis nietos seguirán. El niño está muy interesado”, confiesa orgulloso.
El “Pueblo de Navidad” permanece en el salón del matrimonio portugués hasta principios de enero, y Belmiro Moreira no lo desmantela hasta después de Reyes. Ni siquiera le cuesta guardarlo porque “es una pasión”. “Cuando lo desmonte sé que el año que viene tendré que volver a hacerlo”, dice sonriendo y pensando ya en la obra que se sumará a la mesa para la edición de 2025: “el trineo de Papá Noel volando sobre el pueblo.
Este artículo fue publicado originalmente en el sitio web. Contacto.
Adaptación: Laura Bannier