Bashar al-Assad en Moscú. El domingo 8 de diciembre, las agencias de noticias rusas afirmaron que el derrocado presidente sirio y su familia se encontraban en la capital rusa. “Rusia, basándose en consideraciones humanitarias, les concedió asilo”, según una fuente del Kremlin.
Una información que Moscú, aliado histórico de Damasco, todavía se negó a confirmar oficialmente este lunes. “No tengo nada que contarles sobre las idas y venidas del presidente Assad”. aseguró un portavoz, reconociendo también que Rusia había sido sorprendida por la rápida caída del régimen sirio. “El mundo entero quedó sorprendido por lo sucedido. Nosotros no somos la excepción”subrayó. Por tanto, la vergüenza del Kremlin es palpable.
Porque, sea o no el dictador fugitivo un refugiado en Rusia, los acontecimientos sirios son de hecho un revés para Vladimir Putin. Moscú, que tiene una base naval en Tartous y un aeródromo militar en Hmeimim, ha sido durante mucho tiempo el principal apoyo de Bashar al-Assad. Vladimir Putin incluso se involucró militarmente en el conflicto sirio en 2015.
Moscú apela a la ONU
E incluso si los rusos han recibido garantías de los rebeldes de mantener sus bases militares en el país, su influencia parece estar estancada en la región. Por ello, a Moscú le gustaría continuar el diálogo político con los nuevos líderes. “Rusia siempre ha estado a favor de una solución política a la crisis siria”, según la misma fuente del Kremlin. “Partimos de la necesidad de reanudar las negociaciones bajo los auspicios de la ONU”.
La ONU, por su parte, exigió el lunes que todos los autores y responsables de los abusos bajo el “régimen” de Bashar al-Assad rindan cuentas en el marco del próximo proceso de transición política.
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