Desde hace poco más de dos años, no pasa un día sin que en las noticias de defensa global se hable de la anunciada llegada de la Inteligencia Artificial a las fuerzas armadas, y de los considerables avances que supondrá para la conducción de las operaciones militares.
Sin embargo, la mayoría de las veces, estos temas tratan sobre la IA a bordo de drones o robots, y su mundo de fantasía alimentado por la ciencia ficción y la literatura cyberpunk.
Sin embargo, el mayor valor añadido que la IA aportará, y a veces ya aporta, a los ejércitos, no se refiere ni al control de un dron ni a la decisión autónoma de disparar, sino a la capacidad de procesar inmensas cantidades de datos, generados por la multitud de dispositivos digitalizados. sensores que ahora equipan todos los equipos militares, para extraer datos relevantes y humanamente utilizables.
Así pues, numerosos programas en todo el mundo se dirigen a cuatro categorías principales de datos: los datos digitales puros, por ejemplo, los que circulan por Internet y las redes sociales; datos ópticos y electroópticos transmitidos por satélites y sensores tácticos; los datos electromagnéticos emitidos por radares y sistemas de comunicación y, finalmente, los datos acústicos, que representan el alfa y el omega en el campo de la guerra submarina.
Un filtro de detección e identificación acústica con IA a bordo de barcos y submarinos franceses a partir de 2025
El análisis del espectro acústico submarino es precisamente la misión del Centro de Interpretación y Reconocimiento Acústico de la Armada francesa (Cira). Creado en 1983, entrena a los famosos Orejas doradas y otros DeASM (Detector Antisubmarino), que abordan submarinos, fragatas y aviones de patrulla marítima franceses, para detectar y rastrear submarinos y unidades de superficie enemigas.
Y la misión no es sencilla. De hecho, el Mundo del Silencio, tal como lo presenta JY Cousteau, guarda silencio sólo de nombre. Por el contrario, el océano es constantemente objeto de una inmensa cacofonía: camarones, cetáceos, peces, movimientos de rocas y, por supuesto, las actividades humanas, generan, en promedio, un ruido de fondo de alrededor de 40 a 50 dB en las zonas costeras, y 30 dB en el fondo, el ruido de una lavadora moderna.
La dificultad es tanto mayor cuanto que un submarino moderno, que opera a velocidad silenciosa (de 6 a 14 nudos, según el modelo), no genera más de 30 dB de radiación acústica local, mientras que el ruido del océano es uniforme.
EL orejas doradas logran lograr esta hazaña, que consiste en detectar, localizar y descifrar una conversación susurrada entre dos personas al final de la pista de Roissy, mientras los aviones despegan, estando posicionados a más de 100 metros de distancia.
Evidentemente, para ello cuentan con micrófonos muy potentes, sonares pasivos y potentes herramientas para filtrar y analizar los sonidos captados. Sin embargo, aún deben escanear montañas de datos acústicos para detectar cuáles pueden contener información relevante antes de poder extraer datos tácticos útiles.
Precisamente en este tema CiRA y la start-up Preligens pretenden intervenir hoy haciendo un uso masivo de la Inteligencia Artificial. De hecho, esto permitirá “tamizar” los datos, es decir, eliminar todos los datos que no contengan información relevante, para transmitir a los oídos dorados, a los prospectos, los prometedores.
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