Incluso los aficionados, todos los astrónomos lo saben: es extremadamente difícil observar una sola estrella – decimos “resolver” – fuera de nuestra galaxia. Con los telescopios más potentes normalmente vemos galaxias enteras, a veces borrosas, muy distantes, pero no los soles que las constituyen. En el mejor de los casos veremos una especie de grumos formados por paquetes de estrellas.
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La enésima hazaña astrofísica realizada por el telescopio espacial infrarrojo James-Webb de la NASA es tanto más admirable cuanto que no se trata de una, sino de 44 estrellas individuales identificadas en una galaxia situada a aproximadamente 6,5 mil millones de años luz. Tal desafío fue posible gracias a dos golpes del destino cósmico que explicaremos aquí…
Para dos platos de lentejas, Abell 370 ofrece estrellas en un dragón
Bueno, es Jacob quien ofrece lentes en la Biblia, y no Abel… No importa, es una vez más un principio físico de la lente gravitacional que aquí ha magnificado, aumentado y distorsionado la luz lejana del Arco del Dragón, originalmente recibida por el Hubble. telescopio. Aquí está el cúmulo Abell 370, donde observamos varias galaxias muy distorsionadas, una de las cuales se parece a una especie de dragón chino, o incluso a una serpiente:
Aún más fuerte –y algo afortunado– se observa un segundo efecto de lente gravitacional, menos poderoso que el primero. La primera lente gravitacional se debe a un cúmulo de galaxias, que amplifica la luz unas 100 veces, pero la segunda se debe a una alineación de estrellas en la galaxia ya lentejada, lo que los astrónomos llaman “microlente”. Esto hizo posible obtener imágenes de estrellas individuales a una distancia de 6.500 millones de años luz, algo que James-Webb normalmente no puede hacer sin esta alineación fortuita.
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Esto es lo que James-Webb pudo ver:
Muchas supergigantes rojas como Betelgeuse o Antares.
En su estudio publicado el NaturalezaLos astrónomos señalan que, por una vez, no son gigantes azules como Rigel los que se pueden observar tan lejos, sino supergigantes rojas del tipo Betelgeuse o Antares, que iluminan respectivamente nuestro cielo de invierno y de verano con su brillo rubí. Al ser estas estrellas “más frías” que sus homólogas azules, James-Webb y su altísima sensibilidad al infrarrojo están especialmente equipados para detectarlas.
Además de ser una oportunidad increíble para observar la evolución de estrellas tan distantes de nosotros (nacidas así hace mucho tiempo), los efectos de lentes gravitacionales son una excelente manera de aprender más sobre la materia oscura, porque esta amplificación es uno de los muchos signos que en estos cúmulos de galaxias hay materia distinta a la materia “ordinaria”.
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