Un intruso ha llegado felizmente a instalarse en la producción literaria, audiovisual y cinematográfica senegalesa: el psicólogo. Parecía una flor para buscar primero la admisibilidad, antes de imponerse con gran facilidad y convertirse en protagonista atornillado al sofá. El psicólogo, sin embargo, siempre ha tenido su papel ficticio. Pero a lo sumo era mencionado o vestía la sotana de algún familiar o amigo cercano. Lo nuevo es que hoy se redescubre con su blusa y su ciencia, tan obvia como una mosca en un vaso de leche.
En la película “Demba” (2024) de Mamadou Dia, el psicólogo interviene ayudando a un hombre que está a la deriva. Un viudo descarrilado por el dolor y el duelo incumplido, mientras se aferra a la negación.
Demba es oscuro a pesar de todo el brillo de su entorno. Su desilusión sacude su salud mental antes de que, tras dos años de lucha interna contra sus tortuosos demonios, su “locura” salga a la luz. Ndeye Fatou Kane, a través de su libro “En el nombre del padre”, confía en una pluma íntima el efecto salvador de las sesiones con su psicoterapeuta. Un refugio frágil pero necesario para escapar de su estado de apatía tras la muerte de su padre.
En su novela “Me voy”, Diary Sow relata la fuga de Coura, lo que le alegra el corazón tras consultar al psicólogo. A través de la suculencia literaria, la fallecida Aminata Sophie Dièye alias Ndèye Takhawalou, en su columna semanal para el periódico L’Obs, que en 2013 valdrá la colección de textos “Del drag al santo”, nos convenció de nuestros lados oscuros hechos de locura y monstruosidad. Ella ya nos estaba dirigiendo al psicólogo, pero nuestra desgana ante este recurso “puramente occidental y para locos” fue obstinada. Debe regocijarse por su victoria desde más allá de la tumba, ahora que el psicólogo está tan bien introducido en nuestra moral que se permite variaciones más seductoras. Hablamos de un coach personal o de un coach de vida.
La serie de televisión “Lady Diama” se hace eco de esto, en un dibujo que desdibuja la frontera entre la ética profesional y la vulnerabilidad del paciente. ¡Pero sigamos adelante! Estos ejemplos delatan inquietud, depresión. La depresión, una enfermedad curiosamente presentada con glamour, donde el sufrimiento queda relegado a una dimensión estetizada.
Las producciones artísticas, hoy aún mejor las series de televisión, son los ecos de nuestras cabañas, de nuestras alegrías y resentimientos. Reflejan nuestras experiencias y ofrecen subjetividades como las que permite el arte en su notoria libertad. Así, detrás de esta presencia del psicólogo hay que ver la gran cantidad de malestar que se relata.
¿Por qué hemos aceptado, en los últimos años, esta figura occidental, hasta hace poco repulsiva porque muestra locura? ¿Por qué el psicólogo se encuentra solicitado e incluso buscado, tanto en la ficción como en la realidad? La gente tiende a denunciar una sociedad fragmentada y neurótica. La precariedad de las relaciones y alianzas, tanto familiares como amistosas, es una realidad. La confianza se ha vuelto frágil, si es que todavía existe.
Abrazamos cada vez más fantasías desenfrenadas y somos una generación que sabe vagamente lo que no quiere pero desconoce casi por completo lo que sí quiere. La violencia es perpetrada por desafío por parte de un determinado joven, que ve en sus padres y tutores sociales los rostros de una sociedad tramposa. Estamos en un Coliseo gigante donde los grupos se culpan violentamente unos a otros sin cuestionar sus propias responsabilidades.
La presencia del psiquiatra en estas producciones es una alerta. Una alerta como tantas en las producciones artísticas. Debemos ser conscientes de la recurrencia de estas realizaciones, que proporcionan información sobre hechos sociales determinantes.
Por eso es imperativo fortalecer la educación artística y promover la crítica, para descifrar las sirenas de los tiempos. Las películas y los libros no deben leerse únicamente en sus fantasías. Son cuadros sociales que nos desafían y nos invitan a reevaluarnos.