Se mudó de una ciudad a otra.
El fenómeno de la explotación de estas trabajadoras sexuales latinas (TDS) ha aumentado en los últimos años y se está volviendo cada vez más problemático, señala Myria. Allí encontramos la influencia de redes criminales transnacionales altamente organizadas. Las víctimas, en su mayoría mujeres, proceden principalmente de Brasil, Colombia y Venezuela.
Reclutadas para ejercer la prostitución en Europa, donde se les prometen unos ingresos atractivos, quedan atrapadas en redes formadas por células que crean “carruseles de prostitución”. Obligadas a trabajar en lugares privados ofreciendo sus servicios en línea, las víctimas son trasladadas de una ciudad a otra, de un lugar a otro, dependiendo de los riesgos de detección por parte de la policía y de las nuevas oportunidades.
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En una antigua zona industrial en Lodelinsart
Hay poca información disponible sobre esta forma de prostitución privada y encubierta. Pero como parte civil, Myria tuvo acceso a un expediente judicial preparado en Charleroi. El organismo público, que ha examinado decenas de informes, entrevistas a víctimas, grabaciones de escuchas telefónicas, etc., ofrece un análisis edificante del sistema implantado. Los acusados fueron condenados en 2022 por trata de personas y explotación de prostitución; dos de ellos también fueron condenados por trata.
En el cruce de dos redes interconectadas, un antiguo emplazamiento industrial de Lodelinsart se transformó en un gran edificio residencial. El lugar sirve como base principal para decenas de trabajadoras sexuales que trabajan en habitaciones privadas. Michel*, el propietario del complejo inmobiliario, es el protagonista central. Actúa como intermediario con los principales imputados. Inscrito en la base de datos de la policía por explotación de prostitución, blanqueo de capitales y agresión y agresión, el hombre tiene un brazo largo. Se le informa con antelación de las búsquedas gracias a un “amigo policía”.
El dueño, el jefe, el guardia, los conductores…
En el papel de los principales acusados: Dulce*, de nacionalidad brasileña, y su pareja Gilberto*, un belga de origen sirio, propietarios ellos mismos de varios apartamentos. Dulce monta y dirige la primera red. Define el papel de los miembros, da instrucciones sobre la recepción de los TDS a su llegada al aeropuerto, sobre la distribución a las diferentes localidades, sobre la gestión telefónica. Recibe la mitad de los ingresos de las mujeres que trabajan para ella y determina las condiciones de trabajo: horarios, precios, ubicaciones. Gilberto le ayuda a redactar los anuncios y publicarlos en el sitio web del “Quartier Rouge”. También recauda dinero generado por la prostitución.
A su sombra, está Ali*, el conserje del edificio Lodelinsart, proveedor ocasional de cocaína. El hijo de Dulce y un belga hacen de conductores. Recogen el TDS a su llegada al aeropuerto de Charleroi o de Bruselas y los transportan de un lugar de prostitución a otro.
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Las “telefonistas”, a menudo ex prostitutas
También están los “telefonistas”, un eslabón precioso del sistema y un fenómeno específico de las trabajadoras sexuales latinoamericanas. Generalmente son mujeres, a menudo ex prostitutas, que complementan sus ingresos gestionando anuncios de servicios en línea. Son responsables de la comunicación con los clientes, atender llamadas, concertar citas, transmitir la dirección al TDS y controlar la duración y plazos de los servicios sexuales. Es su número el que aparece en los anuncios clasificados. Las prostitutas latinas, que no hablan francés, holandés o inglés, dependen de ellas para trabajar debido a la barrera del idioma, lo que las pone en mayor riesgo de explotación.
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Al mismo tiempo conductor, reclutador y acompañante.
En el caso investigado en Charleroi, tres acusados actuaron como “telefonistas” de la primera red: una madre y una hija de nacionalidad peruana, además de una mujer belga. Recibieron de 5 a 10 euros por cliente. Un “buen día” de prostitución podría reportar a Dulce 8.000 euros, según declaraciones de Sophie, la “telefonista” belga.
Al frente de la segunda red, Mae* y Fausto*, otra pareja compuesta por un belga de origen brasileño y un brasileño. Donde encontramos a Michel*, el dueño de Lodelinsart que corrompe a los policías, y Ali*, el guardia. Y un tal Valentín, conductor, reclutador y acompañante.
Avisamos: ya casi es Netflix.
* Todos los nombres son prestados
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