Los mercados emergentes y su difícil ecuación monetaria

Los mercados emergentes y su difícil ecuación monetaria
Los mercados emergentes y su difícil ecuación monetaria
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En el pasado, los países en desarrollo favorecían los préstamos en dólares estadounidenses, necesarios para financiar sus importaciones y sus grandes proyectos de infraestructura generalmente confiados a grupos occidentales.

La crisis financiera asiática de finales del siglo pasado marcó un giro, porque los gobiernos de estos países ocasionalmente –y dolorosamente– se dieron cuenta de que tal dependencia del dólar los colocaba en una posición de extrema vulnerabilidad frente a los cambios en el sistema monetario estadounidense. política.

La moneda de un país emergente -si no exótica- ya tiende a depreciarse estructuralmente más rápido que la moneda de una gran potencia económica, en la mayoría de los casos porque los estándares de gobernanza del primero son menos convincentes o su estabilidad política está mal asegurada.

La situación empeora repentinamente cuando el dólar se aprecia bajo el efecto de un cambio de política monetaria por parte de la FED y una subida de sus tipos, por ejemplo para luchar contra una reanudación de la inflación en Estados Unidos.

Entonces es probable que precipite al país emergente expuesto al efecto mandíbula (moneda nacional que se deprecia, moneda prestada que se aprecia) a un cese repentino de pagos.

Brasil es uno de los países que ha intentado liberarse de esta dolorosa dependencia de la deuda soberana denominada en billetes verdes. Esto le resultaba mucho más fácil porque, como importante productor de petróleo, vendía sus barriles en la moneda del Tío Sam; Los ingresos en divisas fuertes estuvieron así asegurados por las exportaciones y no por los préstamos.

Esto, sin embargo, apenas ha beneficiado al real, cuya depreciación frente al dólar es espectacular: casi el 65% en diez años, más del 30% en cinco años y el 25% en los últimos doce meses. La caída frente al euro también es crítica: se acerca al 50% en diez años, al 25% en cinco años y casi al 15% en los últimos doce meses.

Este fenómeno puede explicarse por dos razones. Primero, la desconfianza de los inversores –ya disgustados por la corrupción rampante en Brasil– hacia Lula; en segundo lugar, por el hecho de que la deuda soberana brasileña, en gran medida denominada en reales, está en manos de acreedores locales.

Naturalmente, esta configuración hace que recurrir a la impresión de dinero sea más tentador y más fácil que cuando un gobierno se enfrenta a acreedores internacionales que prestan en dólares y exigen que se les pague en dólares; también lo mantiene alejado de la ira del FMI.

Pero esta política no es una panacea, como lo demuestra la caída del real. Reelegido en 2023 tras un período en prisión por un asunto de corrupción, Lula se ha apegado a una política fiscal agresiva que está ampliando los déficits; El banco central brasileño ya anticipa lo peor, ya que ha fijado una tasa clave 150% más alta que la tasa de inflación oficial.

En cuanto a los inversores internacionales, están vendiendo la moneda brasileña en corto, lo que se vuelve aún menos atractivo ya que los bonos del Tesoro estadounidense a diez años pagan a sus tenedores casi un 4,7%. Por lo tanto, el caso ilustra claramente la difícil ecuación monetaria que deben enfrentar los gobiernos de los países emergentes, para quienes ninguna solución es ideal.

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