Hoy nos enteramos de que algunas CPE, subvencionadas con su dinero, practican una discriminación escandalosa en la acogida de los niños. Sí, los centros para la primera infancia, que supuestamente encarnan la igualdad y la apertura, seleccionan a su clientela no según el orden de la lista de espera, sino según el origen y la religión de los padres. Impactante, ¿no?
Pero vayamos más allá. Esta práctica se está infiltrando en el sistema educativo. ¿Por qué el Estado seguiría subsidiando escuelas privadas que eligen a sus estudiantes basándose en criterios religiosos, y no sólo académicos? Estas escuelas primarias y secundarias, financiadas con nuestro dinero, aceptan niños no por sus méritos, sino por su fe. ¿Has visto alguna vez a un testigo de Jehová en una escuela musulmana? ¿Un budista en una escuela judía? Ciertamente no. Estas escuelas no son quebequenses, son sobre todo judías, musulmanas y cristianas. Llevan etiquetas confesionales, más que de bien común.
Deber
Sin embargo, los Ministros de Educación y de Familia tienen los medios y el deber de garantizar que los criterios de selección de estos establecimientos subvencionados respeten las cartas canadienses y quebequenses, que prohíben la discriminación por motivos de religión o de origen. Pero al hacer la vista gorda, estos ministros permiten que los establecimientos financiados por el Estado funcionen como enclaves confesionales, verdaderas embajadas extranjeras, donde las leyes quebequenses parecen tener poco peso.
Esta cuestión reaviva inevitablemente el debate sobre la aplicación real del principio de laicidad, tantas veces propuesto por este gobierno. ¿Es el secularismo sólo un ideal teórico, o está el Estado dispuesto a hacerlo realidad garantizando que su dinero nunca se utilice para financiar la discriminación religiosa?
Listas interminables
Mientras miles de familias quebequenses luchan por encontrar plazas en guarderías, obligando a menudo a las madres a quedarse en casa, el Estado permite que determinadas comunidades escapen del esfuerzo colectivo, favoreciendo a grupos religiosos o culturales en detrimento del bien común. Esta complacencia, consciente y asumida, simboliza un secularismo a dos velocidades. Esto es inaceptable y es una afrenta a los valores de igualdad y justicia sobre los que se supone que se basa nuestra sociedad.