Por casualidad, en un tren expreso regional entre Nancy y Thionville, los esgourdes en alerta, captamos por primera vez estas palabras cómicamente egocéntricas que son “Pero yo te lo diré” y que están alejadas de un contexto muy candente. Es un viajero veinteañero hiperconectado quien las dice. Parece maravillosamente enojada. Sus dos compañeros muy contemporáneos con los oídos descubiertos ponen los ojos en blanco para decirle, lo entendemos sin dificultad, que baje la voz. Podemos suponer que los tres están hablando de política y enojándose aún más con estos funcionarios electos de la nación a quienes les encanta desplegar su narrativa mutilada de “yo te lo voy a decir” en las ondas de los programas matutinos de radio.
Muy rápidamente, nos convencemos de que los tres están hablando del vicepresidente de un partido político de la oposición, que debe ser el de Jean-Luc Mélenchon y Mathilde Panot, quien, según nos parece, ya no está involucrado en absoluto con las chinches del verano pasado. Nos decimos a nosotros mismos que los líderes de todos los partidos políticos hacen lo mismo y que los del extremo centro son quizás incluso los campeones del ejercicio. La voz oficial del ferrocarril anuncia la próxima parada en la estación de Woippy y perdemos la pista de las discusiones ciudadanas intercambiadas entre nuestros tres microturistas que siempre están enojados. Lo mismo ocurre con el hilo menos tenso de nuestra lectura caótica de un artículo del vespertino nacional que habla del tomate de consumo estándar e inodoro que nos llegaría – ¡cielo! – del Sáhara Occidental y que tendrían la ciudadanía marroquí, según el autor del artículo, muy versado en macroeconomía.
El análisis se puede leer en un periódico no virtual, ya que esto no resulta evidente cuando observamos la mirada sospechosa que nos dirige un homólogo de cabeza millennial que lucha con dos teléfonos móviles y un ordenador muy móvil. Aparte de nuestro trío que discute sobre, detectamos, el concepto líquido de “sentimiento” tan engañoso como el concepto más pegajoso de “narrativa” cuya opinión versátil dota a políticos masculinos o femeninos que no están filosóficamente terminados, todo el carro hace triple clic como loco gente.