Antes del cine, Franklin era uno de los 3000 lustracalzados (limpiadores) que deambulan por las calles o que esperan, durante horas, sentados en un pequeño taburete de madera, a que se presente un zapato polvoriento. También era uno de esos invisibles de La Paz. “Empecé cuando tenía 10 años”, dice. En casa las cosas no van bien. Sus padres discuten mucho, hay problemas de dinero. Entonces, cuando un amigo le sugirió ir a trabajar, Franklin se sintió motivado: los vecinos me hicieron una pequeña caja para poner mis cremas y cepillos y aprendí en el trabajo”.
“La gente nos tiene miedo”
Este trabajo, sinónimo de supervivencia, va acompañado en Bolivia de un fuerte estigma. “Estaba muy estresado por el estreno de la película”, confiesa Franklin. Tenía miedo de que me acosaran de nuevo. Durante el rodaje seguí depilándome en la calle, donde la gente nos juzgaba, nos insultaba. Nos tienen miedo”. Este destino podría haber quedado en la sombra, si un casting salvaje no hubiera puesto su vida patas arriba.
Cuando el director Vinko Tomicic comenzó a filmar en 2018, Franklin tenía 14 años. Las escenas dejan mucho margen a la improvisación, “para permitirle expresarse libremente, aprovechando sus experiencias”. El objetivo: “Captar la cruda realidad de estos niños de la calle”, explica el cineasta chileno. Esta elección sumerge al actor principal en recuerdos dolorosos. “Ciertas escenas fueron difíciles de filmar, me costó mucho decirme a mí mismo que todo era falso porque eran tan similares a lo que experimenté, no sé cómo logré hacerlo”. Las secuencias de acoso, en particular, fueron especialmente difíciles.
Para el joven, la escuela rápidamente se convirtió en una pesadilla cuando empezó a trabajar. “Estudiaba por la mañana y trabajaba por la tarde, pero en realidad no iba mucho a clase. No tenía amigos. Los que me habían visto lustrando en la calle decían a los demás que estaba sucia y que no me hablaran, me pegaban, se burlaban de mi ropa, de mi apariencia, de mi forma de hablar”. Hace una pausa, baja los ojos como avergonzado: “Quería suicidarme”. Franklin cambió de escuela cinco veces.
Una obra de interés público para que desaparezca la discriminación
Esta experiencia se trasluce en la sinceridad de la mirada de Franklin en la pantalla, en sus hombros encorvados, su aire inquisitivo y sumiso. Esta autenticidad haceEl ladron de perros una obra tanto social como artística. La estética de la película está marcada por la fotografía naturalista y la cámara en mano. Gracias a sus elecciones, el director pudo captar la violencia de la vida cotidiana de los pulidores creando escenas de rara intensidad, donde la frontera entre ficción y realidad se difumina.
En una Bolivia en crisis económica y social, el estreno de la película pone el foco en estas personas invisibles para cuestionar el desprecio social y el racismo sistémico en el país. Y Franklin Aro es quien hace oír su voz: “Espero que ayude a otros niños como yo cuando vean que lo superé”..»
Hoy, el boliviano sueña con una carrera internacional. “Me dijeron que se me iban a abrir las puertas y estoy preparado”, afirma, más tranquilo. Pero antes de volver a los castings, está decidido a darle vida a esta película para que “todos los pulidores estén orgullosos de quiénes son y que la discriminación desaparezca algún día. Esta película cuenta la historia de todas nuestras vidas: la burla, el rechazo, pero también nuestra fuerza. No es sólo cine, es nuestra historia”.
Proyección de “El ladrón de perros” en el marco del festival Filmar en América Latina, Cinéma du Grütli, Ginebra, domingo 24 de noviembre a las 16 h.
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Sábado 23 de noviembre a las 14.15 horas, en los Cinémas du Grütli, proyección excepcional de cortometrajes restaurados del cineasta, pintor y escritor cubano Nicolás Guillén Landrian (1938-2003), fallecido en el exilio tras ser encarcelado por el régimen castrista.