¡Intoxicación literaria! -Paul Tian

¡Intoxicación literaria! -Paul Tian
¡Intoxicación literaria! -Paul Tian
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(Foto © Paul Tian)

En una época en la que la información se mezcla con la desinformación a un ritmo vertiginoso, donde las opiniones se fragmentan en marcadas dualidades, a veces la sabiduría reside en la capacidad de sumergirse en la lectura.

George RR Martin nos recuerda acertadamente:

“Un lector vive mil vidas antes de morir, el hombre que no lee sólo vive una.”

En este torbellino mediático donde la atención es un bien escaso, las palabras de un escritor nos guían a través de mundos, emociones e ideas.

Como dijo Umberto Eco:

“Los libros no están ahí para reflejar la imagen de nuestra vanidad, sino para construir espacios en los que el lector pueda perderse, donde pueda encontrarse a sí mismo”.

Sin duda, es cierto que la adquisición de libros nunca deja de preocupar a los bolsillos. Sin embargo, el mundo de la lectura ofrece tesoros mucho más accesibles de lo que parecen.

Como sugiere Jorge Luis Borges,

“Los libros no sólo son amigos, sino también guardianes del tiempo. Hablan del pasado y arrojan luz sobre el futuro”.

Basta observar atentamente el entorno para encontrar estas preciosas cajas de libros que nos invitan a elegir el descubrimiento, la evasión y el viaje intelectual.

Cuando nos sumergimos en una historia cautivadora, cuando cada palabra nos envuelve y las páginas pasan con entusiasmo, la embriaguez literaria se apodera de nosotros.

Como sugiere William Styron:

“Un gran libro es una amistad que se mantiene toda la vida”.

La lectura nos ofrece la oportunidad de ampliar nuestra comprensión del mundo, cultivar nuestra empatía y forjar conexiones profundas con los autores, esos compañeros silenciosos de nuestra imaginación.

Así que no dudemos en dejarnos llevar por la magia de la lectura, en explorar los mundos que nos ofrece y en saborear la embriaguez literaria que de ella resulta.

La “barril de libro” está ahí, ofreciendo la oportunidad de disfrutar de tesoros literarios, lejos de pantallas invasivas y destructivas.

Mi libro, Siroco y Sandía.

Hace unos años, durante un paseo por un pueblo normando, me encontré con una caja de libros similar a ésta. Entre las obras cuidadosamente depositadas, me llamó la atención una novela de James Ellroy, La Dalia Negra. Fue como encontrarse con un viejo amigo. Lo recogí y lo llevé a casa, con curiosidad por saber adónde me llevaría este libro que encontré por casualidad.

Cada noche, inmersa en sus páginas, me encontraba transportada a la atmósfera oscura y cautivadora de Los Ángeles, mientras el olor de las páginas amarillentas me recordaba ese momento particular, bajo un cielo de verano.

Este libro no fue sólo una lectura; fue un puente entre un día cualquiera y una aventura literaria inolvidable.

Ese es el poder de las cajas de libros: transforman nuestros paseos en búsquedas del tesoro y nos recuerdan que los mejores descubrimientos suelen ser aquellos que no esperábamos.

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