Reportaje
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A raíz de los Cascos Blancos, entre los restos de documentos dejados por las fuerzas de seguridad derrotadas, muchos civiles buscan desesperadamente pistas sobre el destino de sus seres queridos arrestados bajo el régimen de Assad.
Ya no se trata de encontrar a los vivos sino a los muertos. Ocho días después del colapso del régimen sirio, las posibilidades de encontrar un prisionero aún vivo en el sistema penitenciario Dante construido por Bashar al-Assad y su padre Hafez son un milagro. Pero eso no nos impide buscar cadáveres. Miles de familias los piden. Desde el 9 de diciembre, vienen de Homs, Hama, Deir ez-Zor, Hassaké o Alepo y acuden en masa a Damasco, en busca desesperada de una respuesta. Quieren saber dónde están enterrados su padre, su hijo, su hermano, su tío, su sobrino y, a veces, varios de ellos, en qué prisión fueron asesinados, por qué otras pudieron haber pasado. Quieren respuestas para que sus seres queridos ya no formen parte de estos “desaparecidos”, de estos prisioneros tragados por la máquina de tortura del antiguo régimen.
A menudo tienen muy pocos recursos. Quienes pueden colocar carteles en las paredes de hospitales, prisiones, en la entrada del zoco Al-Hamadiyeh o en las fachadas de la ciudad: una foto, un nombre, una fecha de nacimiento y un número.
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