Y desde esta masacre, las poblaciones de estas aves blancas y negras, a menudo confundidas con pequeños pingüinos, han mostrado pocos signos de recuperación, lo que sugiere cambios a largo plazo en la red alimentaria, así como un nuevo equilibrio del ecosistema.
Una “campana de alarma”
“Hablamos mucho de la disminución de especies ligada a los cambios de temperatura, pero en este caso no se trata de un resultado a largo plazo”, explica Heather Renner, bióloga de una reserva natural de Alaska y coautora del estudio. “Hasta donde sabemos, este es el mayor episodio documentado de mortalidad de la vida silvestre durante la era moderna”, insisten ella y sus colegas en el estudio.
Estos resultados deberían servir como una “llamada de atención”, explica el investigador, porque el calentamiento global, atribuible a las actividades humanas, hace que las olas de calor sean más frecuentes, más intensas y más duraderas.
Una ola larga y extendida
Sin embargo, los araos comunes, de unos cuarenta centímetros de altura, se consideran aves robustas, debido a sus delgadas alas que les permiten viajar grandes distancias para encontrar alimento y a sus habilidades para bucear.
Pero esta ola de calor, que se prolongó durante dos años y afectó a una vasta zona del noreste del Océano Pacífico, desde California hasta Alaska, les afectó gravemente. Durante este episodio, se encontraron 62.000 aves demacradas, muertas o moribundas en miles de kilómetros de costa.
La causa, según los investigadores: una reducción de la calidad y cantidad del fitoplancton ligada al calor, que afecta a peces como el arenque, las sardinas y las anchoas, de los que se alimentan los araos.
A este fenómeno también se unió un aumento de las necesidades energéticas de los peces grandes debido también al calor, que luego entraron en competencia con los araos por la misma presa.
Una reevaluación del balance
“Sabíamos entonces que se trataba de un problema importante, pero lamentablemente no pudimos cuantificar realmente los efectos”, recuerda Heather Renner.
Las estimaciones iniciales sitúan el número de aves muertas en alrededor de un millón, pero un análisis más profundo publicado el jueves basado en datos de 13 colonias de araos encontró que la cifra de muertes era cuatro veces mayor. “La situación es mucho peor de lo que pensábamos”, informa Heather Renner.
Otros animales afectados
La ola de calor también afectó a las poblaciones de bacalao del Pacífico, salmón real y ballenas jorobadas. Pero mientras estas especies sufrieron los efectos, otras salieron ilesas, señalan los expertos.
Por ejemplo, los araos de pico grueso, que a menudo anidan en los mismos acantilados o cornisas que los araos comunes, se han salvado, tal vez debido a su dieta más adaptable, dice Heather Renner.
Para los araos, sin embargo, las consecuencias persisten. Casi diez años después de la ola de calor, sus colonias no muestran signos de recuperación y las pérdidas pueden ser permanentes. Esto se explica por el declive a largo plazo de algunas de sus presas, pero también por su estrategia de supervivencia basada en su vida colectiva.
Estas aves marinas se agrupan en colonias gigantescas para proteger sus huevos de depredadores como águilas y gaviotas. Con la drástica disminución de su población, este sistema de defensa se ha debilitado.
Las medidas de conservación, combinadas con las necesarias para combatir el calentamiento global, podrían ofrecer una oportunidad a estas aves amenazadas, cree Heather Renner. Luchar contra determinadas especies depredadoras e invasoras, como zorros y ratas, es otra de las soluciones barajadas.