Atrapada debajo del limpiaparabrisas trasero de un automóvil estacionado frente a Calvary Church en el lado sur de Pasadena, una caja de cartón ofrece “Juguetes y ropa gratis para las víctimas del incendio”. En el pequeño edificio presbiteriano transformado en centro de donación, se clasifican, etiquetan e instalan mantas, juegos y utensilios de cocina en mesas improvisadas, antes de trasladarlos a los lugares de almacenamiento. Justo más adelante, en la avenida Fremont, se repite infinitamente la misma escena de los conductores que bajan con los brazos cargados de bolsas para dejarlas en la iglesia, a pocas manzanas de los 57 kilómetros cuadrados arrasados por el incendio de Eaton, uno de los incendios que más arrasa Los Ángeles desde el martes 7 de enero.
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En la ciudad de Los Ángeles, el sol de enero volvió el domingo 12 de enero cuando el aire, ligeramente purificado de las cenizas y el espeso humo que flotaba desde el inicio de los incendios, dejó caer las máscaras filtrantes. “La hora dorada”como lo llaman los angelinos, este momento en el que el sol enrojece el cielo antes de desaparecer sobre el océano, aunque tiñe de una luz serena el techo de la pequeña iglesia, la magia del momento no funciona. Ya no opera en una ciudad traumatizada.
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