Fue como un domingo de dualidad. Un día, dos atmósferas. En primer lugar el de las últimas horas del bullicio de las tres semanas de pontones, de pueblo, de rostros también. Tres semanas de ruido, abrazos, calidez y corazones palpitantes.
Días y horas de prestigio en el gran decoro de la regata de vela más grande del mundo. Tres semanas, básicamente, de emoción ardiente entre los 40 competidores. Y quién invadió los pontones cuando el tímido sol de la mañana acababa de iluminar Port-Olona. Antes de embarcarse en una gran cabalgata en alta mar, algunos tuvieron que dejarlo todo. Ojos nublados, miradas perdidas, las manos de los seres queridos que buscamos, los últimos gestos de compartir mientras el marinero, en el fondo, ya está solo. En otra parte.
A otros, la emoción les invadirá más tarde. Cuando se dan cuenta de la grandeza del momento. Y que recordarán la delicada futilidad de las cosas cuando las extrañen como nos marcan la ausencia o los recuerdos de brasas y eternidad.
40 competidores, 40 historias, 40 diseños
“Los primeros días de carrera, todavía quedan los olores de la tierra y las lágrimas de tus seres queridos jugando en bucle”recordó Yannick Bestaven 20 días antes del inicio de su segunda Vendée, él mismo que rodeó con éxito la primera.
En estos pontones habremos visto tantos competidores como historias, marcados según…
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