En julio de 2024, en Annecy, el australiano Adam Elliot se unió a Henry Selick. (Pesadilla antes de Navidadcoralina) en el exclusivo club de cineastas que ha ganado dos premios de largometraje en el festival internacional de cine de animación. Tras ganarlo en 2009 con su primera película María y Maxuna preciosa historia de dos soledades entrelazadas en un mundo de plastilina, la australiana volvió a conquistar al jurado, quince años después, con Memorias de un caracol. Una segunda película que se tomó su tiempo, como corresponde a estos proyectos titánicos que constituyen largometrajes stop-motion, sobre todo cuando se cuenta con un equipo de sólo siete animadores. El objeto por sí solo constituye un desafío a la razón.
La cuestión es tanto más irrazonable cuanto que el cine de Adam Elliot no está destinado en absoluto a un público infantil. Abriendo con el último estertor de una abuela gritando “papas” antes de pasar el arma a la izquierda, Memorias de un caracol Viene a narrar, en primera persona, la (de mierda) vida de la joven que le cogía la mano. La historia de una bebé prematura que, junto con su gemela, perdió a su madre durante el parto. Dos niños frágiles criados por un acróbata francés parapléjico y alcohólico (pero amable) en una vivienda social con paredes de papel j