La exposición este fin de semana en la sacristía de la basílica Sainte-Marie-Madeleine de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume (Var) por primera vez al público de un cuadro olvidado y recientemente redescubierto del pintor italiano del Renacimiento Raphaël atrajo a muchos visitantes, constató un fotógrafo de la AFP.
Esta obra maestra, un retrato de María Magdalena de 46 centímetros por 34 centímetros, será expuesta durante un mes en este edificio religioso, considerado la tercera tumba del cristianismo después de Jerusalén y Roma, que alberga reliquias de María Magdalena.
Una cincuentena de personas hicieron cola el domingo por la tarde para poder admirar este cuadro poco conocido del maestro italiano autor de las “Tres Gracias” o los frescos que adornan el Palacio Vaticano en Roma “El fuego de Borgo” y “La Escuela de Atenas’.
Sin embargo, los visitantes deberán pagar la suma de tres euros para admirarla, fondos que se utilizarán para financiar la restauración de la basílica.
Custodiado constantemente por dos guardias, este retrato está bien resaltado por la suave iluminación de la sacristía, dando al lugar una atmósfera mística.
El redescubrimiento de este cuadro olvidado podría ser, para algunos, un milagro: un coleccionista francés había comprado este retrato de María Magdalena, que data del encuentro entre Rafael y Leonardo da Vinci (1505), en una galería de Londres en su sitio web por 30.000 libras (casi 35.000 euros) pensando que era una obra de la escuela da Vinci.
Luego recurrió a la experiencia de Annalisa Di Maria, miembro del grupo de expertos de la UNESCO en Florencia (Italia), que autenticó el trabajo en septiembre.
Después de innumerables análisis, incluida la visualización mediante luz infrarroja de las capas de carbón ocultas por los pigmentos de la pintura, pudieron atribuir la pintura a Rafael (1483-1520).
María Magdalena, primera testigo de la resurrección de Jesús, de quien fue fiel discípula, es una figura importante en los Evangelios, a menudo presentada como una pecadora arrepentida. Habría pasado los últimos 30 años de su vida en una cueva del macizo de Sainte-Baume, a unos veinte kilómetros de la basílica, convertida en un importante lugar de peregrinación cristiana.
