Salió de una de esas noches complicadas, una noche de niebla y hielo. Esta noche demasiado larga que persistía, aferrada a sus estabilizadores. Estiró sus rayos de luna a raíz de Macif Santé Prévoyance como para subrayar mejor una trayectoria perfecta alrededor del mundo y terminarla con estilo donde comenzó, en Les Sables d’Olonne…
¡El récord de Armel Le Cléac’h está destrozado!
Y ahí está, Charlie Dalin, ha pasado por todos los hechizos. Su silueta se destaca sobre el horizonte naranja, a un lado de la de un famoso cardenal, el Nouch Sud, que marca la meta de la Vendée Globe. No se regocija, todavía no, permanece concentrado. Como buen marinero, como buen figarista, lo sabe, siempre y cuando no se traspase la línea…
Pero la suerte está echada: Yoann Richomme, que tantas veces ocupó el primer puesto y opuso una feroz resistencia hasta el segundo cruce del ecuador, está ahora a 120 millas de distancia. Así, el sol que tiñe de rosa el horizonte pronto saludará una victoria controlada, incontestable e inmaculada: esta décima Vendée Globe es suya. En 64 días, 19 horas y 22 minutos, mejora en casi 10 días -para que quede claro- el tiempo logrado por Armel Le Cléac’h en 2017.
La victoria de la perseverancia
Olvidados, la falsa victoria de la edición de 2020, los “honores de la línea” que no nos sirven cuando otros cosechan los laureles de la gloria mediante el juego –cruel pero justo– de la compensación de tiempo tras el rescate de Kevin Escoffier. Yannick Bestaven había dado tiempo al rescate, pero este tiempo le fue devuelto: era justicia y Charlie, apenas llegó al pontón, no había cuestionado ni por un instante la regla.
A pesar del cansancio, a pesar de la emoción, el juego limpio del deportista se elevó al nivel de la lucidez del marinero. Cuatro años después, la emoción sigue ahí, pero es menos compleja. Es una alegría absoluta la que ahora ilumina el rostro del normando mientras la multitud que vino a darle la bienvenida ruge al pasar la fila. Su equipo está listo para subirse a bordo, es hora de reencuentros e intercambios francos. Es también la hora del pequeño Oscar, de seis años, que se arroja en brazos de este padre que ha regresado en el horizonte. Un minuto suspendido más allá del deporte, más allá de la hazaña, que el pueblo valiente que vino a darle la bienvenida al amanecer de esta noche helada no olvidará pronto. Se disipa como con arrepentimiento, y es Charlie Dalin quien gana. A plena luz.