mi¿Se trata de una nueva manifestación del espíritu de Trump que parece flotar sobre Europa? Sabemos que el futuro presidente americano es un gran defensor de la industria petrolera y un ferviente crítico de las energías renovables, en particular de la energía eólica marina. Las petroleras europeas parecen seguir cada vez más su ejemplo. El lunes 9 de diciembre, la gran británica BP anunció que iba a agrupar sus actividades en energía eólica en una empresa conjunta con la empresa japonesa Jera, el principal productor de electricidad térmica de Japón.
Gracias a esta operación, BP podrá reducir a la mitad su inversión. Una retirada ordenada de la empresa que había prometido ser un gigante en este sector gracias a la apuesta de su país por la energía eólica en el Mar del Norte, que se convertiría, dentro de diez años, en la primera fuente de producción eléctrica del país.
La holandesa Shell también proclamó, en 2019, que se convertiría en la número uno mundial en electricidad dentro de veinte años. Hoy ya no es cuestión de ello. El miércoles 4 de diciembre anunció que ya no lanzaría grandes proyectos en este ámbito. Después de invertir más de 11 mil millones de euros en energías renovables, ahora está izando velas. Lo mismo ocurre con el noruego Equinor, que ahora prefiere adquirir una participación en el especialista danés Orsted. Símbolo de la crisis en la que está estancada la energía eólica marina, la última licitación danesa para un yacimiento gigante, cerrada el jueves 5 de diciembre, no recibió ninguna propuesta.
Costo de las materias primas
La primera razón de esta espectacular desafección se debe a la situación actual, en la que los precios de la construcción se disparan con el coste de las materias primas, cuando el precio de la electricidad se desploma y ya no rentabiliza inversiones muy cuantiosas. Sobre todo porque los retrasos en la construcción y procesamiento de archivos complican las operaciones. Como recordaron enérgicamente el martes 10 de diciembre los directores generales de EDF y TotalEnergies, que, sin embargo, se encuentran entre los pocos que no revisan sus ambiciones a la baja. Además, las cadenas, aún mal calibradas, luchan por absorber esta producción intermitente.
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La segunda razón es más profunda. Las petroleras reconocen que la profesión de electricista es muy diferente a la suya y también lo son sus perspectivas de rentabilidad. Como resultado, los accionistas, que buscan dividendos y recompras de acciones, no votan a favor de esta transición. Mientras que quienes lo buscan critican la timidez de las grandes y se muestran reacios a invertir en ellas. Sin embargo, descarbonizar el mundo será mucho más difícil de lograr sin el poder y el dinero de los reyes del petróleo.