La tensión entre Occidente y Rusia está aumentando tras el lanzamiento de un misil estratégico ruso en Ucrania, pero, señalan los analistas, la preocupación mutua por controlar el riesgo nuclear persiste.
El jueves, el envío de este misil balístico ruso de alcance intermedio a la ciudad de Dniéper elevó repentinamente la temperatura. El dispositivo no llevaba carga útil, pero respondía al uso de misiles estadounidenses por parte de Ucrania para atacar territorio ruso. Luego, los protagonistas intercambiaron bromas y se transfirieron la responsabilidad de la escalada.
“Todo en la guerra es una señal. Todo lo que sucede estos días en una maniobra declarativa o efectiva entra en una dialéctica” con “la intimidación y la contraintimidación”, reaccionó el jueves a los periodistas el jefe del Estado Mayor del ejército francés, el general Pierre Schill. “Es uno de los elementos centrales de los modos de acción actuales”. El uso del misil ruso Orechnik constituye ciertamente una señal fuerte, pero sin daños. “Los rusos mataron dos pájaros de un tiro. Prueban el sistema y envían su mensaje, que habría sido muy diferente en caso de un tiroteo masivo en una ciudad o en una infraestructura”, subraya Héloïse Fayet, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri).
Ciertamente, nada permite excluir una escalada sangrienta. Una huelga cargada “podría ser un paso futuro en la escalada”, añade, entrevistada por la AFP. Sin embargo, los rusos y los estadounidenses respetaron los códigos de gestión de la escalada. Washington formalizó, con unos días de antelación, la autorización concedida a Kiev para utilizar sus misiles para atacar profundamente en territorio ruso, permitiendo a Moscú prepararse. Y los rusos informaron a Estados Unidos del envío de su misil balístico, aunque sólo fuera para evitar que lo confundieran con un ataque nuclear. Después de la huelga, las capitales occidentales no ocultaron su preocupación y se abstuvieron de reaccionar de forma exagerada. “Las dos grandes potencias siguen demostrando que son muy conscientes del riesgo de resbalar”, señala Sam Roggeveen, del Instituto Lowy, en Australia.
Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, el presidente Putin ha amenazado repetidamente con considerar a Occidente beligerante con cada entrega de equipo adicional. En cada ocasión, los aliados de Kiev se demoraron y terminaron cediendo a las demandas ucranianas. Sin que Moscú vaya más allá de declaraciones encendidas. En este sentido, el discurso de Putin a la nación el jueves “da testimonio del hecho de que las constantes demostraciones de fuerza de Moscú siguen siendo en gran medida retóricas”, escribe el Instituto Americano para el Estudio de la Guerra (ISW).
Ciertamente, la alternancia en Washington pesa en los cálculos de todos. Donald Trump dice que quiere poner fin a la guerra y Rusia sabe que el apoyo estadounidense a Ucrania corre el riesgo de disminuir seriamente después de que asuma el cargo el 20 de enero. De ahí una especie de actitud de esperar y ver qué pasa. “Por un lado, Estados Unidos y el Reino Unido autorizan ataques en Rusia. Por otro lado, Trump pronto entrará en juego”, señala a la AFP el profesor Marco Wyss, de la Universidad de Lancaster, en el Reino Unido. “Es una escalada que en cierto modo permite a los protagonistas prepararse para Trump”.
Sin embargo, Cyrille Bret, investigador asociado del Instituto Jacques Delors, invita el viernes en el sitio The Conversation a no reducir las declaraciones rusas a “tratar efectos, (a) propaganda sin contenido concreto o () gesticulaciones”. “El apocalipsis nuclear no es inminente en Europa, pero sin duda se ha dado un paso”, insiste, y pide a Occidente que “descifre la gramática compleja pero explícita de la disuasión nuclear rusa”.