Ucrania disparó el pasado martes su primer misil de largo alcance. DR
Una contribución de Khaled Boulaziz – “Nadie puede estar seguro de que evitaremos una tercera guerra mundial nuclear porque Rusia ciertamente responderá al uso de misiles de largo alcance por parte de Ucrania”. (Alexander Duguine.) La historia parece decidida a repetirse, trágica e inexorablemente. Mientras el mundo se tambalea bajo el peso de las crecientes tensiones entre Ucrania y Rusia, resulta cada vez más claro que estamos siendo testigos de una orquestación metódica de una catástrofe global. Los recientes ataques estadounidenses con misiles de largo alcance contra territorio ruso no son sólo una escalada militar, sino un paso deliberado hacia una guerra total, y detrás de cada decisión se esconde la insidiosa complicidad de las elites globales. Estos actores, que dicen actuar por la paz, no hacen más que avivar las llamas de un conflicto de consecuencias apocalípticas.
El cinismo con el que actúan hoy las grandes potencias no tiene precedentes. Emmanuel Macron, por ejemplo, aplaude con preocupante frialdad la decisión de Estados Unidos de armar a Ucrania con misiles capaces de atacar territorio ruso. Califica esta elección de “absolutamente buena”, como si se tratara de un simple ajuste estratégico y no de un paso más hacia la guerra nuclear. Lo que es “bueno” para Macron es el caos que sirve a los intereses de los poderosos: una reconfiguración geopolítica en la que las víctimas se cuentan por millones y en la que las élites siguen prosperando.
Mientras tanto, Estados Unidos, bajo el liderazgo de Joe Biden, autoriza sin escrúpulos el uso de estas armas fingiendo ignorar las consecuencias. ¿Su defensa? Libertad de Ucrania. ¿Pero a qué costo? Cada misil disparado acerca al mundo al punto de no retorno. Y detrás de esta fachada, es el complejo militar-industrial el que se está enriqueciendo. Los niños morirán bajo los escombros, mientras los accionistas de Lockheed Martin y Raytheon se felicitarán por los récords alcanzados por sus acciones.
Los acontecimientos en Ucrania son sólo un eslabón de una cadena mucho más larga. La historia está llena de precedentes en los que las élites han manipulado conflictos para consolidar su poder. Lo que está sucediendo hoy recuerda la pérfida orquestación de la Segunda Guerra Mundial, cuando los bancos y las potencias occidentales avivaron el fuego nazi y luego se beneficiaron de él. Ahora esta táctica se está reactivando: provocar a Rusia, arrastrar a Occidente al conflicto y capitalizar las ruinas de una civilización en llamas.
Algunos no dudan en evocar motivaciones aún más siniestras. Según una tesis persistente, Israel desempeña un papel clave en esta escalada, actuando no sólo como actor geopolítico, sino también como catalizador ideológico. ¿El objetivo? Desencadenar una guerra mundial, una carnicería purificadora que se supone precipitará la llegada del “Mashiah”. Este delirio religioso, presentado como una fábula talmúdica, justificaría los peores abusos en nombre de una profecía, haciendo de cada niño muerto, de cada ciudad destruida, una ofrenda en el altar de esta locura mesiánica.
Donde hay actos atroces, siempre hay cómplices silenciosos. El Reino Unido, Francia e incluso las naciones de la ONU, que dicen trabajar por la paz, se contentan con condenas verbales y declaraciones hipócritas. Condenan los ataques rusos y apoyan sin reservas el armamento de Ucrania. Estos gobiernos no buscan la paz, quieren la guerra. Quieren caos. Quieren sangre. Porque, para ellos, la guerra es una oportunidad: una oportunidad de aumentar su poder, de reorganizar el mundo según sus intereses y de enriquecerse aún más.
Peor aún, estas naciones están jugando un doble juego. Mientras condenan públicamente a Rusia, detrás de escena continúan haciendo negocios con ella. Los flujos de gas, los acuerdos comerciales persisten y las sanciones son sólo fachada. Es una farsa cínica, donde el interés económico tiene prioridad sobre todas las consideraciones humanas.
A este ritmo, es difícil imaginar un futuro en el que la humanidad escape del horror de una guerra mundial nuclear. Rusia, acorralada, no permanecerá pasiva ante las provocaciones occidentales. La historia reciente muestra que Vladimir Putin está dispuesto a hacer cualquier cosa para defender lo que percibe como intereses vitales de su país. Cada misil disparado contra territorio ruso es una provocación directa, un desafío a una nación que, en caso de una escalada final, no rehuirá ninguna respuesta.
Sin embargo, todavía hay esperanza, frágil pero real. Sólo exponiendo la duplicidad de las élites, denunciando sus planes, la gente puede esperar escapar de este ciclo de destrucción. Los ciudadanos de todo el mundo deben despertar y negarse a ser títeres de gobiernos y grandes corporaciones que juegan con su futuro. Es hora de romper el silencio, de levantarnos contra quienes sacrifican vidas humanas en el altar de sus ambiciones.
La historia juzgará con dureza esta era, sus líderes y sus cómplices silenciosos. Si la humanidad no logra impedir esta escalada hacia la guerra, entonces no sólo seremos testigos, sino participantes activos de nuestra propia aniquilación. Las generaciones futuras, si sobreviven, se preguntarán cómo permitimos que esto sucediera. La respuesta es simple: hemos permitido que los poderosos actúen sin oposición. Ha llegado el momento de luchar, no con las armas, sino con la verdad, para evitar una catástrofe que nadie podrá reparar jamás.
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