Boletín «L»
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Una obra colectiva se reapropia del insulto para convertirlo en estandarte de orgullo. Y hacer visibles las identidades lesbianas de hoy.
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En el pasado, la palabra queer era un insulto. Se utilizaba para designar a quienes no encajaban en la norma; su definición era “extraña”, “desviada”. Cuando los ancianos insultados se apoderaron de él, lo arreglaron y lo repintaron de otros colores. Hoy, liberada de su carga de odio, la palabra queer es una pancarta, un capullo.
Del mismo modo, dado que el lenguaje es lo que hacemos con él, los autores de Diques (edición Puntos “feministas”) apuestan por la reversión del estigma: “Sí, somos tortilleras. ¿Así que lo que? Al reclamar el término, escriben en el prólogo, le quitamos la violencia, el peso de la vergüenza y la llenamos de orgullo”.
Un año después del trabajo colectivo maricones, Dirigida por Florent Manelli y publicada por la misma editorial, las lesbianas tienen voz y voto. Bajo la dirección de la periodista Marie Kirschen, redactora jefe de la revista lésbica
Canada