Tristeza. Enojo. Y muchas preguntas. Valencia sigue en estado de shock tras las inundaciones del 29 de octubre que mataron a 210 personas, según un informe provisional, y provocaron considerables daños en varias localidades de la ciudad y de la región. Miles de voluntarios continuaron acudiendo en masa a las zonas más afectadas el sábado y el domingo para ayudar a sus conciudadanos. Con el sentimiento, muy compartido, de colmar las deficiencias de las autoridades, una crítica fuertemente expresada al rey, al primer ministro y al presidente regional, el domingo, insultados, bajo los proyectiles, por varios cientos de personas durante un evento especialmente agitado. Visita a Paiporta, uno de los pueblos con más muertos y donde reinó el caos durante varios días.
La ira es igual al sentimiento de abandono. Si miles de voluntarios se calzaron las botas, compraron productos de primera necesidad y caminaron kilómetros a pie para distribuirlos, cargando a veces decenas de kilos sobre los hombros, fue por solidaridad con sus vecinos. Pero también porque los recursos públicos fueron muy escasos durante los tres primeros días, lo que llevó a los funcionarios electos de varias ciudades a pedir ayuda en varias ocasiones.
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“Necesitamos comida y médicos”declaró el viernes, en mundo, la alcaldesa de Chiva, Amparo Fuerte. La movilización empezó a ser verdaderamente visible y eficaz el sábado, día en que el gobierno anunció importantes nuevos refuerzos. “Estamos muy, muy enojados con los políticos y la forma en que han manejado la crisis. Tanto a nivel regional como nacional”molesta a Juan Banilla, 60 años, funcionario local. Con su colega, José Fernando Quintanilla, de 66 años, se puso su equipo de senderismo el sábado y se ofreció a ayudar a los supervivientes de la ola.
Falta de coordinación
“Estamos todos aterrorizados por lo sucedido, la cantidad de muertos y desaparecidos. Las ciudades afectadas parecen zonas de guerra. Pero nuestros políticos no entendieron lo que estaba pasando”lamenta el funcionario, mientras espera su turno para subir a un autobús para llegar a una zona inundada y salir a palear barro o retirar escombros.
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En la fila de voluntarios interviene Paula Roselto, 24 años, psicóloga: “Sabíamos antes del huracán en Florida, pero aquí no, ¿por qué? » La joven acudió con tres amigos para ayudar. “Francia se ofreció a enviar bomberos y nuestros ministros dijeron que no. Para qué ? ¿No entendieron el alcance de la crisis? »pregunta Carolina Marco, 18 años, estudiante. “Todos podemos entender que no podemos detener la inundación. Pero podríamos pedir a la gente que no fuera a trabajar el martes por la tarde, eso habría cambiado muchas cosas”.continúa. Lo mismo ocurre con la alerta tardía recibida en los teléfonos móviles. Un familiar de las jóvenes recibió la notificación pidiéndole que no saliera a pesar de que se había refugiado en un árbol -permaneció allí cinco horas-. “Valencia no estaba preparada para este tipo de crisis. Pero esto plantea muchas otras preguntas. Sobre la gestión de zonas inundables. Sobre la organización de los servicios públicos »continúa Paula Rosetto.
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