Publicado el 1 de noviembre de 2024 a las 11:06. / Modificado el 1 de noviembre de 2024 a las 14:06 horas.
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La cremación y el entierro de los fallecidos producen cientos de kilos de CO2.
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Los suelos de los cementerios están profundamente contaminados y los cadáveres a veces se descomponen allí mal.
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En Ginebra, está prevista la apertura de un cementerio “natural” para 2025.
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Ataúdes de cartón, urnas biodegradables, humusación, aguamación… Las soluciones ecológicas se multiplican, pero a veces tropiezan con obstáculos legales o culturales.
Lo tenía todo planeado, Roger*: el ataúd de madera en bruto, la urna biodegradable e incluso la lista de personas invitadas a la cremación: “La verdad es que fue fácil, no quería a nadie”, bromea su hermana. Momento incómodo al teléfono. Roger falleció el 14 de agosto de 2024 exactamente a las 13:32, tenía cáncer generalizado y sabía al menos cuándo se iba a ir. “Esa es la ventaja de las enfermedades largas: tienes tiempo para planificarlo todo”, vuelve a bromear la hermana.
En un papel, el sexagenario había escrito sus últimos deseos: “Quiero que me quemen y luego me dispersen en el bosque”. Roger no quería un entierro: “Para él era imposible ensuciar la tierra”, continúa. Después del crematorio, sus cenizas fueron enterradas un día soleado en algún lugar de un bosque de coníferas. “Quería dejar el menor número de huellas posible y siempre decía que morir contamina”, recuerda.
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