“Sólo vemos claramente con el corazón”, escribió Antoine de Saint-Exupéry en su mundialmente famoso libro El Principito. “Lo esencial es invisible para los ojos.” Una sabiduría que comparte plenamente el padre José Humberto Negrete Lezo, sacerdote desde hace casi treinta años y ciego desde hace siete. Una experiencia de enfermedad difícil de vivir humanamente pero muy fuerte espiritualmente, confió recientemente a la edición española de Aleteia. Nacido en México en mayo de 1968, fue ordenado sacerdote el 27 de julio de 1996, a la edad de 28 años. Hace unos diez años, desarrolló una diabetes grave, que afectó su nervio óptico y le hizo perder gradualmente la vista hasta quedar ciego permanentemente. El sacerdote admite que los comienzos fueron muy difíciles y que luego se encontró en una actitud de ira y de negativa a someterse a la voluntad de Dios. Pero, poco a poco, empezará a aceptar su desventaja. “El tiempo me ha calmado y tranquilizado. No digo que haya logrado despreciar este sufrimiento, permanezco en una actitud humana, pero puedo detectar mejor en él un significado divino”. Y añade, “esta dolorosa experiencia de vida me ha hecho más sensible a quienes sufren, a los enfermos, a quienes me piden que los escuche, a quienes me piden un poco más de tiempo. Entonces el tiempo está de su lado”, confiesa.
Llora y reza
Inmerso en sus reflexiones, el padre José analiza además, “es cierto que desde el punto de vista humano, con esta discapacidad, la vida ha perdido sentido, porque nos aislamos, a veces nos sentimos distantes o incluso discriminados por sus hermanos sacerdotes. Pero desde un punto de vista teológico y divino, es una verdadera riqueza”. Antes de añadir amablemente: “He ganado para Dios más almas sin ojos que con ojos”. Si el sacerdote se siente más cercano a las personas que encuentra es porque dice comprender mejor su sufrimiento. Y no duda en compartir con ellos que todavía le resulta difícil haber perdido la vista. “Mirar los colores, la gente, la vida cotidiana, y de repente ya no ver nada de eso…”. “Hay que llorar esta visión, como si se hubiera perdido un amigo o un ser querido. Pero luego hay que rezar mucho a Dios”. Para el padre José, una persona discapacitada, sin el Señor, no puede salir adelante. “Podemos llorar pero también debemos orar”.
Rectoría del Señor Atado a la Columna
Desde un punto de vista práctico, ¿cómo celebra misa? El padre José aún vive en el presbiterio contiguo a su parroquia. Allí decía misa diariamente, con la ayuda de un asistente que estuvo a su lado durante la Consagración, y que le leía el Misal en voz baja, para que el padre lo repitiera por el micrófono. Para la lectura del Evangelio es el equipo litúrgico el que se turna, y luego el padre José viene a decir su homilía al ambón. Y si no hay ministros que le ayuden durante la comunión, no hay problema, él también se encarga de eso. “¡Mi discapacidad es visual, no motriz!”, concluye con una sonrisa.