Antes de 2009, ya se utilizaban algunos aditivos alimentarios. Sin embargo, “cuando se creó la lista de la Unión Europea, todas estas sustancias se incluyeron automáticamente, sin haber sido sometidas previamente a pruebas realizadas por la EFSA”, revela Camilla Smeraldi. Se estima que alrededor de 320 aditivos se han escapado.
La organización tuvo la tarea de reevaluarlos lo más rápido posible, aunque no sin dificultades. “Se suponía que debíamos finalizar la reevaluación a finales de 2020, pero llegamos tarde. Hasta la fecha sólo hemos alcanzado el 80% del programa”, subraya el científico. De hecho, este programa de reevaluación es mucho más sustancial de lo esperado. En algunos casos, la cantidad de datos es tan abrumadora que a los científicos les resulta difícil verlos con claridad. En aquel momento, “los datos no representaban ningún problema para el consumidor, pero desde entonces los estándares de seguridad han evolucionado”, explica.
En otros casos ocurre lo contrario: no hay datos suficientes. Entonces es necesario que las empresas que deseen utilizarlos rehagan todos los exámenes para completarlos. A menudo ocurre que estos últimos “no dan los resultados esperados. Como resultado, el aditivo simplemente fue eliminado de la lista de aditivos autorizados”, comenta el investigador.
Éste era el caso del tartrato de estearilo (E 483), un aditivo que a veces se utiliza en productos lácteos fermentados aromatizados, determinados postres, pan y productos de panadería fina. En 2020 fue eliminado de la lista de la Unión Europea por falta de datos sobre sus efectos a largo plazo.
En 2007, el colorante alimentario ROJO 2G (E 128), utilizado en determinadas salchichas, carnes para hamburguesas y productos de confitería, fue prohibido en Europa cuando nuevas pruebas científicas demostraron su toxicidad. Fue metabolizado en anilina, un producto potencialmente cancerígeno.
Los antiaglomerantes E556 (silicato de calcio y aluminio), E 558 (bentonita) y E 559 (silicato de aluminio) también han sido retirados del mercado debido a su contenido en aluminio, que resulta tóxico a largo plazo. Se utilizaban para evitar la formación de grumos en productos en polvo (sales, especias y mezclas de condimentos), en vinos y zumos de frutas, quesos procesados e incluso en algunos preparados médicos de venta libre.
Más recientemente, en 2021, el dióxido de titanio, muy utilizado en cosmética y alimentación con la denominación E 171, ha demostrado ser extremadamente peligroso para la salud. Puede provocar inflamación pulmonar que, en determinados casos, puede favorecer el desarrollo de cáncer. Ciertos sectores como el químico, la construcción, el automóvil, la formulación de tintas, pinturas y barnices, el farmacéutico y el alimentario fueron los más afectados.
Impulsados por las políticas actuales de los Estados miembros, los científicos de la EFSA están notando una tendencia hacia la inclusión de nuevos aditivos de origen natural. “Los pigmentos se extraen de frutas exóticas o de algas, algunos aditivos nuevos proceden del arroz o incluso del café”, ilustra Camilla Smeraldi. La tendencia se ve aún más favorecida por la aparición de pequeñas empresas especializadas en la producción de aditivos de origen natural.
Actualmente hay cerca de 400 sustancias en el mercado. Sin embargo, “es difícil eliminar los que se sintetizan de la nada”, afirma Camilla Smeraldi. Además, definir si un aditivo es 100% seguro es una tarea complicada. “Nunca es blanco o negro, siempre hay incertidumbres, ausencia de datos. La ciencia también está evolucionando, se están identificando nuevos datos. Nada es inmutable”.
No obstante, la EFSA intenta ser lo más transparente posible. La organización tomó la iniciativa de crear la campaña safe2eat, una forma de informar a los consumidores sobre lo que ingieren a diario. Además, la EFSA publica sistemáticamente nuevas investigaciones y nuevas decisiones relacionadas con los aditivos alimentarios.