Sin aliento para siempre

Sin aliento para siempre
Sin aliento para siempre
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Esta sensación de quedarse sin aire se escucha en su voz y emerge en su tensa sonrisa luego de tener que bajar y retroceder 14 escalones para encontrarme. Réjean repitió el mismo ejercicio unos minutos más tarde, cuando llegó el colega fotógrafo que, como yo, no se dio cuenta inmediatamente del esfuerzo físico que acababa de realizar nuestro anfitrión.

Sin embargo, su médico fue categórico cuando anunció su diagnóstico en el otoño de 2011… “Deberías vender y mudarte a una casa de una sola planta”.

Las largas escaleras de su casa de dos plantas -por no hablar de su antiguo negocio situado en una habitación de la planta baja- estaban contraindicadas para el paciente, entonces de 49 años, tapicero de Shawinigan, aficionado a la fotografía y apasionado del senderismo.

Su triplex ha estado a la venta durante dos años, pero los compradores no acuden en masa a su vecindario. Sus vecinos tampoco lo adivinan cuando lo saludan: “A veces no puedo avanzar ni 10 pies…”

Las excursiones a las cimas de las montañas forman parte de su antigua rutina de chico activo, que además tenía la buena costumbre de ir al gimnasio al menos tres veces por semana.

El tapicero era su propio jefe, acostumbrado a trabajar horas interminables. Tuvo que cerrar su taller y resignarse a recibir pensiones de invalidez.

“Réjean vio su vida dar un vuelco cuando aparecieron síntomas de intensa dificultad para respirar, transformando tareas simples como atarse los cordones de los zapatos o cruzar la calle en verdaderas pruebas”, decía el correo electrónico que me invitaba a conocerlo como parte del Mois de la concientización de hipertensión arterial pulmonar.

Réjean Dupont, hombre muy activo, tuvo que lamentar su trabajo como tapicero tras ser diagnosticado de hipertensión arterial pulmonar. (Stéphane Lessard/Le Nouvelliste)

No es la primera vez que Réjean Dupont cuenta su historia, aunque cada vez se trata de hacerle revivir todo tipo de emociones, incluido el miedo que sintió el día que le dijeron que padecía una enfermedad rara, progresiva, incluso una enfermedad mortal.

“Es como un puñetazo que recibes en la cara”, explica el hombre que heredó una forma muy grave de hipertensión arterial pulmonar (HAP).

Un piano digital se encuentra en medio de la sala de estar. El instrumento es su aliado cuando la moral flaquea. “Toco para aclarar mi cabeza…” Dura una canción o dos, hasta que el cansancio lo invade como una escala musical interminable.

“Cuanto más utilizas los músculos, más oxígeno necesitan…”, recuerda Réjean, que no puede ignorar las señales que le envía su cuerpo cuando sus dedos recorren el teclado. Los latidos irregulares de su corazón le incitan a moderar el ritmo, a escuchar su respiración entrecortada.

Al respecto, me entrega una publicación de la Asociación Canadiense del Pulmón que explica las grandes líneas de una enfermedad difícil de diagnosticar ya que sus síntomas pueden confundirse “con los de muchas enfermedades más frecuentes”, subraya, precisando que la HAP se caracteriza por una “alta presión arterial en los pulmones y se desarrolla cuando hay debilitamiento o cicatrización de las arterias pulmonares”…

Si no se trata, esta enfermedad puede provocar “un agrandamiento y un debilitamiento del lado derecho del corazón, una forma de insuficiencia cardíaca”, nos informa el documento que Réjean Dupont se sabe de memoria tras haberlo leído y releído.

Sin tratamiento, la esperanza de vida media de una persona con hipertensión pulmonar es inferior a tres años. Aproximadamente 5.000 canadienses han recibido el diagnóstico, pero el doble podría verse afectado, de ahí la importancia de consultar a un médico cuando se tiene una falta de aire anormal, aconseja Réjean Dupont.

No siempre se trata de estar en forma. En particular, la culpa puede ser la herencia. Este es su caso. Dos miembros de su familia no sobrevivieron a esta enfermedad, que también exigía valentía. Puro y duro.

Durante los primeros siete años después de su diagnóstico, Réjean Dupont vivió con una bomba colocada los siete días de la semana, las 24 horas del día. El único tratamiento existente era la medicación administrada por vía intravenosa, que desde entonces ha sido sustituida por comprimidos orales.

Ciertamente, su calidad de vida ha mejorado, pero por ahora, la HAP siempre será parte de su vida diaria perturbada por el duelo y un aislamiento que deberá soportar para comprender verdaderamente.

Afortunadamente están Francine, su esposa y su cuidadora. Ha visto a su hombre someterse a una serie de exámenes médicos desde 2011, al regresar de un viaje a las Montañas Rocosas donde la dificultad para respirar invadió al excursionista y su vida en común.

La mujer sabe muy bien que a su hombre no siempre le va bien, incluso cuando él dice que “está aguantando” para no preocuparla. Réjean sufre una enfermedad tan invisible como omnipresente. Y qué insidioso.

Pese a todo, insiste: “Siempre daba vueltas con un diez centavo. Siempre miraba el vaso medio lleno”.

Y hablar de ello le permite sentir un segundo aliento.

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