Durante la instalación de la XV legislatura el 2 de diciembre, una imagen increíble me impactó profundamente y ciertamente no fui el único. Amadou Ba, ex Primer Ministro y poderoso Ministro de Economía y Finanzas, y Cheikh Oumar Anne, ex Ministro de Educación Superior, Investigación e Innovación, estaban sentados uno al lado del otro, tan sabios como imágenes.
Incluso podríamos sentirnos tentados a sonreír. En otro momento, nadie se habría atrevido a apostar un kopeck a que estos dos antiguos habitantes de la élite compartirían los escaños del hemiciclo con jóvenes más o menos noveles en la política, que, en el pasado, nunca han ocupado un cargo electivo. . Pero la vida tiene estos trucos que son difíciles de burlar. Como suele decirse, la rueda gira. Positiva o negativamente; aunque sea a velocidades desproporcionadas. Y esto no es obra de Fortuna, la caprichosa diosa de la suerte y el azar. Porque es Dios, el Maestro de autoridad absoluta, quien da. Él cambia los tiempos y las circunstancias, da poder, autoridad, poderío, grandeza, gloria y magnificencia a quien quiere así como humilla a quien quiere. Después de la conquista de La Meca, el confiado ejército musulmán se creía invencible.
Durante la batalla de Hunayn contra las tribus Hawazin y Thaqif, Dios Todopoderoso le mostró que la victoria dependía sólo de Él. Con 12.000 hombres, se dirigió hacia el valle de Hunayn. Este gran número les había inspirado cierta confianza, una forma de arrogancia, pensando que se había logrado la victoria. Estaban lejos de sospechar que Mâlik ibn ‘Awf y sus hombres les habían preparado una emboscada mortal. Ante la irresistible carga del enemigo, la confusión se había extendido a las filas musulmanas. Fue entonces cuando el Profeta Muhammad (PBUH), mostrando un coraje y una determinación incomparables al negarse a dar marcha atrás, ordenó a sus hombres que regresaran. Estimulados por este grito de guerra, sus compañeros regresaron a sus posiciones y tomaron represalias contra el enemigo al que derrotaron con la ayuda divina.
Como lo hizo durante Badr, Allah les envió ángeles para apoyarlos en su lucha. La lección que debemos aprender es que la victoria no depende necesariamente de los números y menos aún de la grandeza de los medios, sino de la fe en Dios y la confianza en su ayuda. Lamentablemente hoy en día algunas personas creen que Dios es su tío o su primo y que ellos son los más merecedores, que todo debe ir a ellos, que sin ellos nada puede funcionar. Hay personas que, cuando tienen un átomo de poder, se creen artífices de su propio éxito.
Llenos de sí mismos, son orgullosos y ven el mundo que los rodea con desprecio y arrogancia. En su imaginaria superioridad, olvidan que todo lo que tienen les fue dado por el Todopoderoso. En la vida debemos, en todo y en todas las circunstancias, demostrar siempre modestia y humildad antes de que el Señor nos menosprecie. Porque las vicisitudes de la vida pueden hacer que alguien pase muy rápidamente del éxito al fracaso o viceversa. Y el que ríe el viernes, el domingo llorará. Como bien dicen los árabes, un día para ti, otro para los demás.
SOF