Reportaje
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En la peor prisión del régimen, liberada el domingo y donde decenas de miles de sirios fueron torturados y ejecutados, las cicatrices de años de atrocidades están a flor de piel, mientras cientos de familias buscan saber qué pasó con sus seres más cercanos.
“Su nombre es Sleiman Khamis, estuvo encarcelado hace once años, vine con su hijo para intentar encontrarlo”. Philippe está junto a su sobrino, con la mirada perdida. Acababa de salir el día anterior de otra prisión, la de Adra. Delante de ellos, una fila de cientos de coches entrando por la carretera pedregosa que conduce a la prisión de Sednaya, a 30 kilómetros de la capital siria. Todo el mundo tiene en mente los horrores que se esconden detrás de este nombre y ya teme entrar en él. Sednaya es la prisión más grande del régimen, una de aquellas donde se practican las peores torturas. Un establecimiento que Amnistía Internacional había calificado de“matadero humano”. Inaugurado el domingo, tras la caída del régimen de Bashar al-Assad, decenas de miles de prisioneros fueron liberados, pero este lunes son los familiares los que regresan, con la esperanza de encontrar a un detenido olvidado en este inmenso edificio o de obtener la confirmación de que lo peor ha pasado.
Philippe y su sobrino son cristianos de Jdeidat Artouz, en el sur del país. “Sleiman fue arrestado durante la noche y acusado de terrorismo. Él no había hecho nada. En lo profundo de mi corazón sé que no lo mataron. Si lo hubiera sido, la gente en la prisión me habría exigido un rescate primero. A menudo hacen esto para quitar dinero a las familias antes de matar a los detenidos”. Miles de opositores de
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