En el centro de las negociaciones entre la UE y Mercosur, la promesa de un vasto mercado. Europa está desesperada por nuevas alianzas comerciales, tras la invasión rusa de Ucrania y la consiguiente escasez de materias primas. Mientras las tensiones chino-estadounidenses y las guerras económicas marcan el comercio mundial, Europa busca garantizar sus suministros.
Por lo tanto, el Mercosur, en este contexto, parece una bendición: nuevos recursos y una puerta abierta a un mercado en expansión. Muchos Estados miembros aplauden, esperando que se llegue a un acuerdo que lleva más de dos décadas gestándose. Pero detrás de este colosal tratado de libre comercio emerge una imagen más oscura: la de un paisaje agrícola europeo amenazado, de pequeños productores acorralados por una formidable competencia extranjera. Porque Brasil y Argentina, gigantes de la agricultura intensiva, inundan sus mercados con soja, carne vacuna, azúcar y cereales, producidos a costes ridículamente bajos, gracias a la extensión de la tierra y la mano de obra barata.
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