Las espigas de heno erizan los campos y atraviesan la nieve todavía ligera. Debajo de las botas de trabajo de Gabriel, la tierra helada se agrieta con cada paso. Esta tierra se duerme al borde del invierno, pero para quienes la habitan el ritmo no disminuye.
Gabriel nos recibe en su granja familiar, a pocas filas del Parc du Bic, en Bas-Saint-Laurent. No estamos muy lejos de la Ruta 132, pero aquí no nos llega ningún ruido de tráfico. La vaquería, atemporal, vive al ritmo de los campos que la rodean. El único movimiento perceptible es el de una bandada de palomas dando vueltas sobre el techo de chapa.
El joven trabajador de fila, con el pelo ondeando al viento, nos muestra primero el establo. Al entrar sientes el calor de los animales. Un olor animal mezclado con el del heno perfuma el lugar. Gabriel parece en su elemento. Sus gestos son tranquilos y serenos, rezuma buen humor. Incluso parece como si estuviera habitado por una luz particular.
Frédéric se hizo cargo de la granja de la familia Roussel. Le espera un día ajetreado. Sus sesenta vacas requieren una buena cantidad de mantenimiento, pero aún así se toma unos minutos para charlar con nosotros.
Las tareas se suceden y no parecen preocupar demasiado a Frédéric, pero más allá de las apariencias, el joven calcula cuidadosamente sus tareas. Todo influye en el rendimiento de su explotación: la calidad del heno, la salud del rebaño, el estado del equipamiento, los trámites burocráticos, los caprichos del tiempo.
Al igual que arar suelos pedregosos, el trabajo agrícola provoca tropezones de vez en cuando. La mayor parte del tiempo, no habrá ninguna mano tendida para ayudar a Frédéric a levantarse. Es un esfuerzo que tendrá que hacer solo.
Gabriel creció entre las paredes de este establo y también experimentó las largas horas de trabajo con los animales, pero en una vida diaria mucho más angustiosa. Ahora está tratando de aliviar esa carga para los demás.
