Un hombre diferente: yo, banal e insatisfecho.

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Lo encontramos, al comienzo de la historia, irreconocible. Edward, que padece neurofibromatosis, una enfermedad huérfana que provoca la aparición de tumores en la cara, aspira a encontrar su lugar en la sociedad. Enamorado de su vecina, se ofrece como voluntario para probar una operación que le permitirá cambiar su apariencia. ¡Y funciona! Edward se ha vuelto confusamente banal y nadie lo reconoce.

Es allí donde se entera de que su vecino está montando una obra basada en su “él” de antes. Ni uno ni dos, nuestro hombre logra conseguir el papel, maquillando su rostro para volver a sumergirse mejor en una crisis existencial. Lo que se intensifica aún más cuando Oswald, que sufre la misma enfermedad pero es ultrasociable y jovial (todo lo que Edward hubiera querido ser antes), entra al baile.

Un hombre diferente con Sebastian Stan. ©Paradiso

¿Te parece todo esto una locura? Ella ciertamente lo es. Un hombre diferente hace cosquillas con picardía a las obsesiones de nuestra personalidad moldeada por la apariencia y el deseo de agradar a toda costa. Como un juego de espejos que se apoya en lo grotesco y aprieta donde más duele. Así que nunca sabes realmente con qué pie bailar. ¿Estar en shock? Reír ? ¿Quejarte de este chico que nunca es feliz? La historia nos confunde constantemente. Ya no sabemos realmente dónde estamos, pero da igual: la crisis de este tipo nos pone cara a cara con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.

Una vez aceptado, sólo queda dejarse llevar y saborear esta reveladora provocación.

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