Presentado en competición oficial en Cannes, Pájaro es, sin malos juegos de palabras, una rara avis. Este frágil objeto cinematográfico, que forma parte de la continuidad de la obra de Andrea Arnold y marca un punto de inflexión, sin duda atraerá más a los cinéfilos que ya están apegados al cineasta. Una vez más, se trata de un delicado retrato de una joven en vísperas de convertirse en mujer joven. Entre un padre irresponsable y un extraño nuevo amigo, Bailey, de 12 años, vivirá un verano que transformará para siempre el curso de su vida, literalmente.
Fiel a su estilo, Andrea Arnold sitúa su historia en un contexto social difícil, en este caso torres de viviendas sociales en ruinas. Conocemos a Bailey (Nykiya Adams, una auténtica revelación) mientras filma un pájaro con su teléfono. Esto es común entre las adolescentes, a quienes les gusta proyectar estas imágenes en las paredes de su “dormitorio”, es decir, la habitación desnuda que comparte con su hermano mayor, Hunter (Jason Buda, borrado, pero claro).
Ambos viven con su padre, Bug (Barry Keoghan, estrella de quemadura saladaexaltado como se desee). Entra en escena otra figura recurrente en el cine de Andrea Arnold: la del padre negligente. De hecho, desde su debut, su cortometraje ganador del Oscar Avispaen el que una mujer hace creer a un pretendiente que ella es sólo la guardiana de sus cuatro hijos, Arnold explora el tema de la paternidad defectuosa desde varios ángulos, pero la mayoría de las veces desde el punto de vista de la descendencia que se deja a sí misma.
En PájaroBug es en realidad un niño: drogadicto y narcisista, está a punto de volver a casarse y la financiación (ilegal) del evento es lo único que le preocupa. Mientras el hermano la toca Naranja Mecánica (La naranja mecánica) con su banda de pseudovigilantes, Bailey está sola la mayor parte del tiempo. Y eso le conviene.
Porque Bailey claramente aprecia la calma que proporciona la soledad, especialmente después de los ocasionales arrebatos de su padre. Y está su madre, que vive con un matón al otro lado de la ciudad… Cuando Bailey se aventura allí, lo primero que hace es asegurarse de que sus medias hermanas jóvenes estén bien.
De empatía infinita
Todo esto podría haber dado lugar a un drama social sentido, pero banal… si no hubiera sido por este joven curioso a quien Bailey ve un día en un campo.
Su nombre es Bird (Franz Rogowski, visto en Pasajesfascinante), y busca encontrar rastros de su padre, quien una vez lo abandonó. A través de este personaje singular, Andrea Arnold recupera otro motivo clave de su cine: la figura masculina atractiva, peligrosa o misteriosa, que fascina al joven protagonista, y de la que hemos encontrado variaciones en pecera, Miel americana, Cumbres borrascosas…
En este caso, el independiente Bailey se hace amigo de Bird y, después de que ella lo ayuda, él la ayuda a ella. Y es a través de Bird, el personaje, que Pájaro, la película, se distingue de trabajos anteriores de Andrea Arnold.
De hecho, si esta conocida y querida mezcla de realismo social (en las infraestructuras) y realismo poético (en los apartes en la naturaleza) nos resulta muy apreciada por el cineasta, Arnold esta vez añade toques de realismo mágico. Qué toques, primero sutiles luego explícitos, llevan su película hacia el lado de la fábula. En Cannes, no todos quedaron convencidos de este sesgo sin precedentes.
En cualquier caso, lo que no cambia, como las preocupaciones, es el “modo” de Andrea Arnold, con esa cámara flotante y atenta, todo nerviosismo y proximidad, y que convierte al espectador en el testigo invisible de la acción. Eso, y esta mirada que la cineasta le lanza a su joven heroína; una mirada de infinita empatía.