¿Quién se beneficia realmente del auge del oro?

¿Quién se beneficia realmente del auge del oro?
¿Quién se beneficia realmente del auge del oro?
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qEn algún lugar entre las regiones de Bélier y Goh-Djiboua, al final de una pista polvorienta, la actividad económica está en pleno apogeo. En los últimos diez años, los pueblos de antaño se han transformado en auténticas pequeñas ciudades, impulsados ​​por la fiebre del oro. De hecho, se trata de una historia de redescubrimiento, porque el lavado de oro siempre ha existido como una actividad tradicional practicada por ciertos pueblos de África occidental. “Los burkinabés que viven aquí desde hace mucho tiempo siempre han explotado un poco en secreto. Pero la crisis política de 2010 descentralizó el lavado de oro, que se encontraba más bien en el norte de Costa de Marfil”, explica Christian*, un habitual de las minas informales. Durante siglos, los conocimientos vinculados a la extracción de oro han sido perpetuados, en particular, por los Mossi, un pueblo del norte que hoy está omnipresente en los yacimientos clandestinos.

En un informe publicado en 2022, el Consejo Nacional de Derechos Humanos de Costa de Marfil (CNDH) contabilizó al menos 241 sitios clandestinos para una población estimada en 23.000 mineros de oro. A pesar de una metodología rigurosa, estas cifras ciertamente están muy por debajo de la realidad. Porque visto desde el campo conviven varios métodos de extracción. “La explotación de yacimientos aluviales consiste en extraer sedimentos auríferos del fondo de los cursos de agua mediante dragas, mientras que la de yacimientos eluviales se centra en acumulaciones auríferas resultantes de la alteración de las rocas madre en antiguos cauces secos”, explica Hugo Dory-Cros , estudiante de doctorado en antropología económica en Ehess, cuyo trabajo se centra en la explotación del oro en la Costa de marfil. Pero el método estrella de los mineros de oro sigue siendo el llamado método de la veta, en el que se cavan a mano agujeros que a veces superan los cien metros para extraer el oro atrapado en el cuarzo.

Cuando el Estado entra en lucha

Día y noche, estos estrechos pozos llamados damanes son objeto de un extraño ballet en el que los hombres se turnan para sumergirse en las profundidades de la tierra. A pesar del peligro de que las galerías se derrumbaran, las paredes recibieron implacables golpes de pico. A menudo, es el explosivo el que tiene la última palabra. Peligro de asfixia, el más mínimo incendio puede resultar fatal. Sin embargo, las bolsas continúan saliendo a la superficie y cada una contiene la promesa de un rápido enriquecimiento. Antes de repartir los beneficios entre el jefe del damán (el inversor) y cada uno de sus mineros, los escombros deben ser triturados, pasados ​​sobre cintas inclinadas y luego sumergidos en una palangana de agua en la que el mercurio desempeña el papel de fijador del metal amarillo. “No es un trabajo en el que un hombre deba quedarse, es sólo para mantenerse”, explica Yacoub*, uno de los excavadores que encontró en el lugar y que sueña con llegar a Europa.

Frente a las redes organizadas, el Estado de Costa de Marfil pretende poner fin a todas las actividades ilegales. “En la intervención rompemos, agarramos, descalzamos. Nuestro objetivo es dos operaciones por semana”, promete un comandante de brigada enviado cerca de los lugares. Desde 2022, se han ampliado las prerrogativas de las fuerzas del orden en la lucha contra el lavado de oro, como el derecho a confiscar equipos en ausencia de condena de sus usuarios. En la práctica, esta política de tolerancia cero se ve obstaculizada por la corrupción común. En el lugar, los gendarmes, también llamados “escuadrones”, a menudo conocen a los trabajadores ilegales contra los cuales se supone que deben luchar; algunos de ellos resultaron ser hermanos o primos. Diariamente, la acción parece alternar entre el uso de la fuerza y ​​el crimen organizado. “Todos los días tenemos miedo, a veces golpean a la gente, rompen las máquinas y el resto del tiempo hacen arreglos con nosotros”, testifica un excavador.

A nivel de los pueblos afectados por el fenómeno, los sentimientos son más encontrados. Si lamentamos la llegada, tras el oro, de las redes de prostitución nigeriana, de las drogas y del aumento de los robos; el dinamismo económico asociado a él a menudo compensa estos problemas sociales a los ojos de la población. Y aunque los equilibrios políticos locales también están algo alterados, los líderes tradicionales acuerdan con nuevos actores económicos para que la comunidad se beneficie de este dinero recién ganado, que circula de mano en mano todos los días. A pesar de la naturaleza peligrosa del comercio de oro, otros también reconocen una triste función social en el lavado de oro. “El gran punto positivo es que la falta de trabajo mantiene ocupados a nuestros jóvenes”, afirma Christian*. Al salir de los damanes, las mujeres, toleradas en el lugar, se benefician gratuitamente de los fragmentos de roca menos prometedores. Los pocos gramos que pueden obtener de él constituyen sus ingresos.

¿Hacia una formalización del sector?

Detrás de estos cientos de operaciones ilegales se esconde una colosal pérdida de ingresos para el Estado de Costa de Marfil. En su informe titulado “Tras la pista del oro africano”, publicado en 2024, la organización independiente SwissAid estimó que la producción de oro no declarada en el continente equivaldría casi a la producción legal. En cuanto a Costa de Marfil, la tendencia parece ser la misma. Al respecto, la organización da cuenta de comentarios realizados en 2023 tras solicitud del Ministerio de Minas: “No se puede descartar que la producción proveniente de la minería artesanal y de pequeña escala pueda acercarse o incluso superar las 40 toneladas. » Como recordatorio, la producción declarada debería alcanzar las 55 toneladas en 2024.

Para contrarrestar el fenómeno, las autoridades marfileñas están intentando formalizar la explotación de oro mediante permisos artesanales y semiindustriales. “En los últimos años hemos visto una aceleración de la concesión de permisos, pero también de la represión”, confirma Muriel Champy, antropóloga asignada al Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD) de Costa de Marfil. Estas autorizaciones solicitadas por inversores mejor estructurados permiten explorar áreas de 25 a 100 hectáreas de forma totalmente legal. “Cuando los papeles están ahí, ya no hay problema”, corrobora el comandante de brigada ya citado. El procedimiento para obtener un permiso, que generalmente lleva varios años, no garantiza mejores condiciones de funcionamiento. “En los sitios artesanales y semiindustriales que pude visitar, las condiciones de trabajo y las técnicas utilizadas son en gran medida las mismas que en el subsuelo. Los permisos realmente no ofrecen ninguna mejora en términos de medio ambiente o de salud”, continúa el antropólogo.

En una de estas minas semiindustriales que debían garantizar una mayor seguridad a los trabajadores, sólo se construyeron unas pocas presas para limitar el riesgo de colapso. En realidad, todo depende de la rentabilidad del agujero así como de la buena voluntad de cada inversor. Sobre todo porque los mineros salen perdiendo: “En el contexto de los permisos semiindustriales y artesanales, el gramo de oro representa generalmente un tercio o la mitad del precio fijado en el mercado clandestino”, señala Hugo Dory-Cros. El proceso de cianuración del oro también se sigue realizando al aire libre en piscinas escondidas en el monte a pocos kilómetros de los lugares de extracción. En este contexto, la formalización aparece más como un mecanismo de control territorial para las autoridades y un medio para garantizar la tranquilidad de los mineros de oro.


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Respuesta

¿Podría entonces la solución estar en proyectos mineros industriales? En la región de Goh-Djiboua, la ciudad de Hiré está rodeada por tres grandes emplazamientos de la empresa canadiense Allied Gold. En el lugar, todo parece delimitado y controlado. Las medidas de seguridad pretenden ser estrictas para los 2.000 empleados de la empresa. Todos estos son argumentos a favor del establecimiento de tales gigantes. El actual código de minería, que pronto será objeto de una revisión, también establece la obligación para las empresas mineras de destinar el 0,5% de su facturación a un fondo de desarrollo local gestionado por la autoridad prefectural. A pesar de las inversiones en varias infraestructuras viales y educativas, los alrededores de Hiré siguen profundamente alterados por dos décadas de extractivismo durante las cuales varias aldeas fueron desplazadas. “La mina avanza hacia nosotros, quizá algún día acaben trasladando el pueblo”, bromea un vecino. Porque en la conquista del oro todo es cuestión de concesiones.

*Los nombres han sido cambiados para garantizar el anonimato de los testimonios.

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